Si algo ha quedado demostrado en estos más de cien días de Gobierno de coalición es que existe una parte que aún no es consciente de dónde está, ni las responsabilidades que ha adquirido. No sólo a nivel político legislativo, sino también en el orden simbólico que es, casi, más importante que el otro. Cuando en 1982 el PSOE llegó al Gobierno, Alfonso Guerra y Julio Feo diseñaron toda una estrategia de comunicación para quienes fuesen elegidos como miembros del Consejo de Ministros. Se pasaba de hablar del compañero (no hubo compañeras) en nombre propio para pasar a catalogarle con el rango ministerial que le adjudicasen, incluidas las reuniones del propio Consejo. Así Alfonso pasaba a ser el vicepresidente, Felipe el presidente o José María Maravall el ministro de Educación. Habían sido muchos años de confraternización de partido y tuvieron que cambiar el chip del habla. No tanto por la pompa y circunstancia sino por ese orden simbólico que había que nutrir. Los socialistas en el poder dotaban a unas instituciones maltrechas y por hacer de cierta auctoritas. Sí eran Felipe y Alfonso los que gobernaban pero asumían el cargo con toda la responsabilidad que conllevaba. No sólo el lenguaje cambiaba sino que se advertía que el “colegueo” con la prensa era cosa del pasado y que las declaraciones debían ajustarse a la acción de Gobierno (salvo en periodos congresuales o en los Comités Federales de dos días ¡Sí duraban dos días!). Lo que se pretendía era una política comunicativa lo más unitaria posible y sin estridencias, salvo algún ataque de Guerra a la oposición.

Al conformarse el Gobierno de coalición entre PSOE, Podemos e IU seguramente se acordase algún tipo de unión comunicativa. Al menos eso se esperaba de alguien que presume de conocer el oficio como Iván Redondo, pero parece que Podemos ha decidido ser Gobierno y oposición al mismo tiempo. Y como todo el mundo sabe sorber y soplar no se puede a la vez. O se es Gobierno con todas las consecuencias o se es oposición. No se puede ir anunciando medidas sin que se hayan debatido, cuando menos, en el seno del Gobierno. Así pasó con el Ingreso Mínimo Vital, dependiente del ministerio de José Luis Escrivá (Inclusión, Seguridad Social y Migraciones), o con la chapucera ley de libertad sexual que había que aprobar antes del 8-M. No habiendo coincidencia entre el feminismo socialdemócrata y el populista (plagado de teoría queer y postmoderneces varias) Podemos hizo de ello un caballo de batalla innecesario salvo para su política comunicativa de quedar bien. Ni agit-prop es esa comunicación sino aparentar que su llegada al Gobierno cambiará todo, aunque se sabe que lampedusianamente nada cambiará de haber sido un Gobierno en solitario del PSOE. Mientras tanto se van dejando jirones de credibilidad del Gobierno que es uno y no sólo Pablo Iglesias.

Lo anterior parece que fue hace una eternidad y sin embargo no han pasado más de tres meses. En el ínterin Iglesias ha pisado todos los charcos que ha podido sin tener en cuenta que es el vicepresidente segundo de un Gobierno y no el portavoz de la cuarta fuerza política, En muchas ocasiones contra la lógica gubernamental misma. Que Donald Trump dice una barbaridad allá va él sacando pecho y, a lo peor, perjudicando alguna acción de la ministra de Asuntos Exteriores del Gobierno en el que está sentado. De repente se saca una tasa COVID del 2% sobre el patrimonio para financiar gasto social (no se sabe cuál realmente) sin consultar con los ministerios de Economía y Hacienda que son los encargados del tema. Patronal enfadada, ministras enfadadas y la tasa pasa a mejor vida porque ni se ha molestado en hacer números. Se piensa que el Gobierno funciona como Podemos donde si algo no le gusta lo lamina y que hará que cesen a Nadia Calviño (la agente de la Troika por algo) y a María Jesús Montero, porque está en posesión de la completa verdad. El problema, algo que parece haber olvidado del marxismo que dice profesar cuando le interesa, es que lo material es puñetero y te deja hacer o no hacer según qué cosas. Con una economía deprimida por el coronavirus lo lógico es no atacar a los capitales que pudieran utilizarse para reflotar la situación. Es tan sencillo que las empresas paguen lo que deben, al menos las grandes empresas, como quitar bonificaciones mil que tienen o, por ejemplo, controlar las falsas UTEs que hay a cientos (Florentino Pérez es el rey de las mismas) y que son un vehículo para rebajar pago de impuestos. A lo simple que es un 2% extra de pago. Muy populista, muy efectista y muy alejado de la realidad económica. Sus huestes se alegran y gritan alborozadas que sin Iglesias el mundo sería distinto, pero el Gobierno sale dañado de la bravuconada del vicepresidente segundo.

Cuando las protestas de los borjamaris también hubo de salir Iglesias a dejar su “nota graciosa” hablando del 18 de Brumario Cayetano (¿Qué tendrá que ver el golpe de Estado napoleónico o su variante de Luis Bonaparte con el deseo de impunidad de las gentes del barrio de Salamanca?). Sabe perfectamente que no hay correspondencia pero lo peor no es la gracieta sino que un vicepresidente segundo lance una crítica a quienes, guste más o menos, están ejerciendo un derecho constitucional. Aquí ¿estaba sorbiendo o soplando? También hacer promoción del panfleto ese que han sacado desde la oscuridad podemita (como en su momento Guerra sacó El Sol en tiempos de presión conspirativa) no es propio de un vicepresidente segundo que debería, al menos, no posicionarse en favor de ningún rotativo. Por cierto un medio que se está dedicando a atacar a Fernando Grande Marlaska, ministro de Interior, y compañero de Iglesias en el Consejo y no digamos a la vicepresidenta tercera y ministra de Economía, algo que es continuado. Por tanto el medio de Podemos hace oposición al Gobierno, pero sólo a la parte PSOE.

No hay día en que no pisen un charco desde Podemos, lo de Pablo Echenique es para quitarle la conexión a internet directamente, o que sus huestes ataquen, moderadamente, a los miembros del Gobierno que no les gustan. Lo paradójico es que dentro del Gobierno, incluso los supuestamente suyos, como Yolanda Díaz acaban por desautorizar a Iglesias como sucedió con la derogación de la reforma laboral. Mientras Iglesias y sus huestes señalan a los empresarios continuamente, Díaz hace todos los esfuerzos del mundo por mantener el diálogo social (guste a la patronal o no lo que les digan pero dialogando) y que no haya confrontaciones por estupideces que no tienen fondo y sí mucho populismo. Iglesias, como le pasa a Montero, no pueden vivir sin estar presentes en las redes sociales diciendo algo, lo que sea pero algo. Mientras cada aparición es aprovechada por la derecha mediática para señalar a todo el Gobierno. Si a Iglesias le gusta sentirse mártir de causas perdidas, porque al final está tragando con los EREs que se vienen produciendo y que decían no ocurrirían (¿recuerdan cuando se le llenó la boca con la prohibición de los despidos mientras en el PSOE eran más reservados?), está muy bien. Tiene la oportunidad de inmolarse en plaza pública si quiere, pero cuando menos que no perjudique al resto del Gobierno. Hasta Alberto Garzón ha pasado a un perfil más institucional y sus garzonadas alientan más la risa (como le pasaba a Morán) que el conflicto. Iglesias sin conflicto no sabe vivir, como le pasa a la extrema derecha, porque toda su teoría está asentada en el conflicto permanente y en el vacío ideológico real. Algo que no es que le sirva para subir en las encuestas o marcar la agenda sino más bien para todo lo contrario. Cuando se está en el Gobierno no hay que estar hablando siempre y menos hacerlo, como suelen hacer en Podemos siempre, como si las personas fuesen tontas. En algún momento Pedro Sánchez no tendrá más remedio que decirle que se calme un poco y sea responsable, que para gobernar no hacen falta alharacas y sí el BOE, algo que tienen para sí. Y por si faltara poco sale diciendo que hay que liberar a los Jordis como cualquier activista de medio pelo para dañar un poco más al Gobierno o se muestra prepotente con la extrema derecha en sede parlamentaria. Ni es momento de tontadas independentistas, ni para hacer el zangolotino de barricada. Ni no es sólo el secretario general de Podemos sino todo cargo morado el que no hace más que apostillar lo que se decide en el Consejo de ministros, el que cree que ha inventado la pólvora o hace la guerra por su cuenta. Pero no una guerra revolucionaria contra el capitalismo, ese sistema al que una simple crisis sanitaria ha dejado con toda la estructura al aire y se ve que no hay gran cosa salvo merchandising y dinero inventado (la Reserva Federal no sostiene al dólar salvo con armamento nuclear), sino guerras estériles por ganar no se sabe bien qué cadena de equivalencia de significantes vacíos o acabar con el feminismo real. No se han enterado que están en el Gobierno y que lo que allí se decide es responsabilidad de todos los que se allí se sientan. No hay un Gobierno bueno y uno malo (ese truco no le valió a Guerra en su momento), sino un único Gobierno que aprueba lo que venden y lo que critican. Tanto Sánchez como Iglesias son corresponsables de las medidas que desde sus redes de jubilados digitales, o desde su panfleto critican. Lo de la solidaridad gubernamental no lo ha entendido Iglesias y si no se siente a gusto lo tiene fácil, con dimitir basta, el presidente del Gobierno es Sánchez, no Iglesias. Redondo debería dejar de jugar con fuego y ganarse el sueldo no permitiendo ciertas actitudes que no ayudan. Y para más inri les pillan en ciertos videos que… o sea, supermega.

1 Comentario

  1. Pienso que te equivocas, Santiago Aparicio. Creo que Iglesias está desempeñando un gran papel, y hay que respetar su postura que, no lo olvides, está a la izquierda de Sánchez, mucho más moderado. Ambos forman un tándem estupendo, y así lo reconoce la España de bien.

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