El mundo actual tuvo su base, aunque sea un tanto reduccionista, en un sistema económico capitalista, en la dialéctica liberalismo-cristianismo y en el entrelazamiento de la libertad, la igualdad y la fraternidad (esta última con sus distintos cambios según la escuela ideológica). Seguimos bajo un sistema capitalista, la síntesis dialéctica acabó con casi todo el cristianismo y el entrelazamiento de los tres conceptos, bajo el sentido del bien común y la Justicia, ha estallado por los aires sin llegar a saber bien qué es cada cual. Algo que no ha sido producto de una evolución baladí sino perpetrada por la coalición dominante y su subsiguiente ideología dominante.

La libertad, la igualdad y la fraternidad debían sostener las sociedades capitalistas en una tensa lucha de unas con otras pues, si cada una es un mecanismo de la autonomía del ser humano, se acaban limitando bajo el paraguas de la Justicia (y el bien común). John Stuart Mill, en su famoso ensayo Sobre la libertad, ya advertía de las limitaciones que había con respecto a la libertad del individuo. Tanto en su Autobiografía  como en su texto de cuasi abandono del Utilitarismo dejaba fuera la felicidad como mecanismo de cohesión o de cuantificación social. Paradójicamente, no han debido leer al británico y ahora parece que la felicidad vuelve a constituirse como único mecanismo social, hacedor de la vigilancia higienista (a decir de Philip Muray en El imperio del bien, Nuevo Inicio).

Lo fraterno limita a lo igualitario como hace la libertad y las otras dos con esta última y así siempre intentando equilibrar la balanza. Todo en búsqueda de lo justo y el bien común. De ahí que los colectivismos y el individualismo radical asusten tanto a la mayoría de personas. La posible perfección se constituye, en ese ideal racional y espiritual, no del justo medio (este tipo de falso consenso es más peligroso que los extremos) sino del equilibrio entre las distintas partes. Por eso deben huir de aquellos que hablan de imbricar las partes para lograr la Justicia. O bien desconocen el significado del término “imbricar” (no han leído el Diccionario en su vida y utilizan el “palabro” como un supuesto cultismo que muestra su incultura), o bien lo conocen perfectamente y lo utilizan como mecanismo de poner todas las partes bajo el dominio de alguna de ellas o de cualquier invento de última hora.

Hoy no es momento de hablar de libertad o fraternidad, aunque indirectamente, como pueden suponer por lo anterior, se hará. Hoy es tiempo de observar cómo se ha ido prostituyendo el concepto de Igualdad para colar derechos inventados de supuestos grupos oprimidos y, de esta forma, lograr elevar el monto de los motivos para que los delatores sociales puedan actuar y, no hay que olvidar que se debe seguir la pista del dinero, sacar alguna compensación económica. Individual o colectiva.

La igualdad en el momento de las dos principales revoluciones (americana y francesa, la haitiana de Toussaint L’Overture sería un paso más respecto a las continentales) era simplemente una igualdad de derechos entre hombres (las mujeres quedaban excluidas pese a las quejas de Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft). Una igualdad limitada por una concepción de la libertad que, en realidad, era una restricción económica. Poco a poco esa igualdad de derechos civiles fue ampliándose tanto como para llegar a ciertos derechos sociales (los levantamientos de las masas obreras fueron determinantes). Poco a poco las mujeres fueron parte de esos derechos y se fueron eliminando los vetos según raza, opinión, religión, y sexo. Nadie podía ser discriminado debido a ello, ni mucho menos perseguido y condenado.

En la convergencia de la igualdad con la fraternidad para obtener una base para la libertad, los derechos laborales fueron obteniéndose paso a paso (reducción de jornada, médico, pensiones, etc.), algo que entendieron distintas instituciones políticas y sociales: desde la Doctrina Social de la Iglesia hasta la Socialdemocracia nórdica, pasando por el conservadurismo británico y alemán. Parecía en los albores del siglo XX que la Igualdad estaba cerca de llegar a su perfección. Que los homosexuales y lesbianas se pudiesen casar era un minúsculo grano de arena frente a todo lo anterior. Hoy parece que la Igualdad es tan solo un concepto para las minorías, reales o inventadas.

Todo esto surge por dos cuestiones, la persistente actuación del ministerio de Igual-da español (aunque en el extranjero son incluso más peligrosos y las protestas de la secretaría de Igual-da del PSOE. Como lo de Irene Montero y sus huestes de pijos pseudoizquierdistas es más que conocido, mejor hablar de las quejas de los pijos liberales que habitan en un partido socialista. Resulta que el nuevo gobierno municipal de Granada (derecha) está pintando los semáforos de negro. La queja viene porque el gobierno anterior los había pintado arco iris. Parece ser que eso supone un pecado mortal dentro de la lógica del buenismo. Un mal que debe ser perseguido para acabar expulsando de la vida a quien lo comete.

El problema es que en base a la Igualdad prostituida, en España el 14% se reconoce como no heterosexual según Ipsos (mucho menos según se avanza hacia las cohortes más mayores, aunque son las más populosas), lo que hacen unas personas democráticamente elegidas no puede ser deshecho por otras personas democráticamente elegidas. ¿Preguntaron a los granadinos (quien dice granadinos dice cualquier gentilicio de esos lugares donde colocan el arco iris) si querían ese tipo de colores? No. Asumieron que como ellos, ellas y elles mandaban tenían barra libre sin establecer si había algún límite. Lo mismo han hecho los nuevos ocupantes.

¿Es algo malo en sí? No. Teniendo en cuenta que el 84% de la población es heterosexual el semáforo representa mejor a la mayoría que a la minoría. ¿Con ello se subyuga, lo que atentaría contra la igualdad, a las minorías? No. ¿Se les recortan derechos de algún tipo? No. ¿Se les excluye de algo importante a nivel social o político? No. De hecho, si lo piensan viendo las encuestas, están sobrerrepresentados con respecto a otros grupos. Decía Guy Debord, nada sospechoso de fascista, en 1993 que los tres mayores crímenes de las sociedades espectaculares son el racismo, el antiprogresismo y la homofobia. Las quejas provienen no de una discriminación sino por un supuesto crimen cometido. Nadie puede tocar la bandera arco iris bajo pena de exclusión social.

Y no, las cosas no son así. Ni los católicos pueden imponer sus preferencias, ni los homosexuales (las lesbianas, por cierto, son excluidas, incluso en términos lingüísticos, pero no lo llamen machismo) las suyas. ¿Beneficia al bien común que existan bancos arco iris? En principio no. ¿Aumenta la Justicia por la existencia de semáforos arco iris? Parece que no. Sin embargo, sí que afectan a la libertad y a la igualdad los vientres de alquiler que defienden los de los semáforos. Ante una imposibilidad física natural pretenden explotar a mujeres pobres, del proletariado, de los ejércitos en la reserva del capital, para obtener un vástago genéticamente puro o propio. De esto no hablan. Esto se lo callan. Como callan otras cosas que tienen que ver con los penes lesbianos femeninos. Y ahí sí que existe desigualdad y limitaciones de la libertad.

En todos los partidos, incluso en aquellos que se muestran como negacionistas, la igualdad ha sido prostituida por la diversidad. Una mala lectura de los últimos epígonos de la Escuela de Frankfurt, en especial de los escritos de Axel Honneth, como la que hizo José Luis Rodríguez Zapatero, ha supuesto la exclusión de la clase trabajadora, de la mujer y de tantos otros grupos de la Igualdad. Han dejado de ser sujetos de la igualdad en base a una miríada de libertades cada vez más individuales (aunque escondidas bajo apariencia grupal) que, paradójicamente, como dice Jean-Claude Michea, la autonomía real del individuo acaba reduciéndose al mínimo. Utilizando la libertad como ariete, las sociedades dejan de ser más justas y el bien común retrocede.

Habrá que gritar con Alejandro Dumas Cherchez la femme! porque de ser un sujeto propio de la igualdad, ahora ha quedado casi eliminada en favor de colectivos minoritarios, racializados o inventados. La mitad de la población debe plegarse a los deseos, supuestas libertades y caprichos de personas que no buscan la igualdad, ni la fraternidad sino su propio provecho. Hasta los sindicatos de clase ponen por delante los derechos LGTB que los de la clase trabajadora, como se ha visto recientemente. En un sistema de equilibrios entre los conceptos clásicos, en favor de lo justo y el bien común, la España actual no necesitaría ni la mitad de las instituciones supuestamente igualitarias que existen. Si alguien ofendiese a un homosexual con denunciarlo en los tribunales valdría, sin necesidad de establecer (el PP lo ha hecho bastante) leyes higienistas.

Como advierten Muray, Debord y Michea se está bajo unas coordenadas sociopolíticas donde el ser humano, individualmente considerado, está siendo restringido en sus actos. La moral está siendo impuesta por los corderos de la intelligentzia sin posibilidad de debate o alternativa. Se vive en una especie de guerra civil blanda donde quien no piense como las élites y sus grupos minoritarios protegidos, es carne de cañón.

Solicitaba, hace no tanto tiempo, Joseph Ratzinger que el hecho cristiano debería poder tener cabida en el foro social. Adrien Candiard explica que sin todos los puntos de vista no existe tolerancia (El delirio tolerante, Rialp). Los marxistas que aún quedan, los de verdad no los falsos de lo subalterno y diverso, no pueden hablar y son calificados de fascistas. La Igualdad ha sido tan prostituida que no cabe entrelazamiento con la libertad y la fraternidad. Igual porque ni la fraternidad existe hoy y solo existen diferentes interpretaciones de la libertad con la finalidad de subyugar al resto. El ejército higienista del imperio del bien solo concibe la libertad como valor único. Esto supone que el camino hacia el totalitarismo, da igual si con Millei a la cabeza o con Montero, queda expedido pues no hay límites entre los valores civiles.

El dilema no es que pinten y despinten semáforos, sino que quienes lo hacen actúen en base a un sectarismo libertario. De hecho, lo justo sería no andar pintando, ni poniendo banderas, ni crucifijos, ni nada por el estilo en lo público. Lo público, por el hecho de serlo, debe ser completamente neutral si es que se quiere ser ecuánime. El día del Orgullo que se manifiesten como quieran. El 8M tres cuartos de lo mismo. Igual que en Semana Santa habrá que respetar a los católicos (que para los días festivos todos quieren, por cierto). Algo que tampoco han entendido otros totalitarios como los Abogados Cristianos. Igualdad, Libertad, Fraternidad y Derecho para las vulneraciones (sin necesidad de hacer leyes para todos los ofendiditos del mundo).

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