Henry Kissinger ha muerto. Y salvo sus familiares y amigos, casi nadie ha recibido la noticia con tristeza. Más bien lo contrario, ha habido manifestaciones de júbilo. Posiblemente más que cuando fallecen dictadores, pues éstos tienen sus grupos de fieles y creyentes que sufren la pérdida. En el caso del todopoderoso asesor y ministro de varios presidentes de Estados Unidos fieles, fieles, algunos halcones del Pentágono y la Casa Blanca. Los que tienen el corazón tan negro que el fenecido. Y no es de malas personas alegrarse de su muerte, no, es hacer justicia a quien fue malo durante toda su vida sabiendo que lo que hacía causaba el mal. Aquí no cabe la banalidad del mal de Hanna Arendt, aquí se era consciente.

Como sabemos que el infierno o el purgatorio existen, pues Benito Mussolini le dijo a Edvige Carboni que rezasen mucho para poder salir de él, allí que estará llegando Kissinger. Todo el mundo conoce que fue él quien organizó, financió (ponía el dinero a través de la CIA para que los empresarios no sufriesen con los duros cierres patronales y para que los medios de comunicación inventasen todo lo que quisiesen) y apoyó el golpe de Estado de Augusto Pinochet que derrocó a Salvador Allende. No le importó el baño de sangre posterior sino que le parecía bien matar a unos miles de personas. Total algunas de sus decisiones llevaron a centenares de miles de muertos de las formas más atroces en Vietnam o en Camboya (aunque mucho menos que los que allí mandaban).

También alentó y apoyó la dictadura del general Videla en Argentina (esa dictadura que tanto le gustaba a Borges, por cierto) y sus muertes lanzando a personas desde aviones en vuelo. Le debía gustar al señor la sangre porque jamás se quejó. Todo en favor del Imperio estadounidense y sus intereses particulares. Mientras, cuando ofrecía conferencias tenía los santos xxxxx de hablar de diplomacia, paz, manejo de las situaciones y liderazgo. Era ante todo un ser amoral. Completamente carente de una mínima ética. Tanto con Richard Nixon como con Gerald Ford hizo y deshizo por el mundo causando todas las masacres que hiciese falta (en Bangladesh se calculan casi tres millones de muertos por sus operaciones).

Si esto les parece asombroso y les produce asco, imaginen que este ser, porque ser era aunque lo de humano se dude, sonriese a alguien al que se daría matarile con su beneplácito poco después. En la película Operación ogro, que versa sobre el asesinato del almirante Luis Carrero Blanco (en esos tiempos presidente del consejo de ministros de la dictadura), el personaje que encarna José Sacristán hace una alusión curiosa. Mientras están escavando el túnel que llevaría a mitad de la calzada, donde pondrían los explosivos que acabaron con la vida del almirante, se pregunta si con todo el ruido y los golpes que están dando, pese a tener cuidado, cómo es que nadie se ha dado cuenta. Y enfatiza, los americanos están aquí al lado. Eran conscientes, los guionistas e igual los etarras, de que alrededor de la embajada USA pues algo de control habría. Gian Maria Volonté se le queda mirando como diciendo «Pues tienes razón!».

Carrero Blanco había solicitado a Estados Unidos la adhesión a la OTAN y un acuerdo bilateral como los demás. Estaba más que al corriente de la operación Príncipe y la llegada de la democracia (ya se vería cómo y qué tipo) a España tras el fallecimiento de Franco. Estar en la OTAN permitía que el mayor miedo que tenían “los del Régimen”, la victoria aplastante de los comunistas, pudiese controlarse. Estar en la Organización garantizaba que no habría revoluciones, ni nada por el estilo.

Kissinger, con su gran cinismo, no podía permitir que una dictadura entrase en la OTAN, pese a apoyarlas donde fuese y todo lo que fuese si eran de “amigos”. Por ello le dijo que no al almirante. A un personaje que de verdad había guerreado contra los comunistas no le iba a contrariar un judío y masón, y dijo oficialmente que los aviones de guerra estadounidenses no podrían repostar en España (que sí lo hacían). Se reunieron a mediados de diciembre de 1973 en Madrid y Kissinger se marchó vociferando y dando un portazo, interrumpiendo su visita el 18 de diciembre. Dos días más tarde Carrero volaba por los aires y a Kissinger no le pillaba en Madrid. También se conocería que el PSOE tendría financiación de la CIA para su asentamiento en España (eran pocos) a través de los sindicatos estadounidenses, vía sindicatos alemanes. Kissinger, como otros dirigentes europeos, custodió la transición española pero llevándose a alguno por delante.

Parece algo conspiranoico, desde luego. El problema es que este hecho se repitió de nuevo poco antes de terminar la administración Ford sus años de gobierno. Aldo Moro, vista la situación de caos político en Italia, llegó al acuerdo con el Partido Comunista de Italia sobre compartir el gobierno entre la Democracia Cristiana y el PCI. Algo que no gustaba ni en Washington, ni en Moscú (los soviéticos ya estaban cabreados con el eurocomunismo de Enrico Berlinger). Kissinger se vio con el político italiano y le espetó: «O abandonas tu línea política o lo pagarás con tu vida». Pocos días después Moro era secuestrado por las Brigadas Rojas (que no tenían capacidad, ni preparación para acabar con una escolta como aquella) y al poco le asesinaban y le tiraban en mitad de la calle. Entre las sedes de la DC y el PCI. El Compromiso Histórico se fue al garete y todos contentos.

Cierto que sobre la muerte de Aldo Moro ha habido numerosas versiones. Que si la Logia P2 (a la que pertenecía Silvio Berlusconi, que nadie se hace tan poderoso sin amigos), que también estuvieron detrás del extraño fallecimiento de Juan Pablo I (en el Padrino III se cuenta más o menos); que si agentes de Moscú; que si los propios de la Democracia Cristiana… La amenaza de Kissinger, sin embargo, fue directa y concisa. Susto o muerte y hubo muerte. Y todo porque Moro quería ser justo con los comunistas italianos en unos años en que habían virado hacia la derecha, separándose de Moscú y del terrorismo de extrema izquierda que asolaba Italia (apoyaron al Gobierno en todas sus acciones), y siendo el partido con más diputados en algunas elecciones. No podía llegar al Gobierno y todo se hizo para impedirlo.

¿Cómo no va a ir al infierno un tipo como él? El problema ahora será para Satanás. Porque con todos los dictadores y asesinos que hay por allí, no sería de extrañar que Kissinger montase algún golpe de Estado para derrocar al diablo y situar al frente del infierno a algún conocido o un demonio menor. Él no se pondría delante, le gusta más causar el mal desde atrás. Y por mucho infierno que sea, el que tuvo retuvo. Salvo que haya sido el Demonio en la Tierra y no haya hecho más que volver a su hogar. Dentro de poco igual hasta se junta con algún papa, porque hay que ser mala persona para quitarle la casa y el sueldo a un cardenal anciano (Burke) por criticarle (más lo del obispo Strickland por los mismos motivos).

Post Scriptum. Como hay que ser justos en la vida, no como Kissinger, parte del material utilizado para este artículo ha salido de aquí y aquí.

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