miércoles, 30 abril, 2025

Si ya felicitas las fiestas no seas cansino

Existe entre los políticos de izquierdas un laicismo impostado que se expresa perfectamente en estas fechas. El laicismo no significa que uno tenga que ir haciendo el ateo por la vida. Si se es agnóstico o ateo no hay problema en ello, cosas del libre albedrío, pero por ahí no van los tiros del laicismo. Como tampoco implica ser anticlerical o hacer la gracia de procesiones del coño. Dentro de la libertad de expresión cabe el ser irreverente, como lo es hacer un muñeco y darle de palos. Esto no significa que no sean leles quienes lo hacen. Tanto unos como otros lo son pero así es la libertad, hasta los idiotas tienen derecho a su uso y disfrute.

El laicismo supone la separación Estado-Iglesia bien definido. Cada cual por su lado, lo cual no empece para que haya relaciones e, incluso, el sentido religioso de la vida pueda ser expresado en el foro. Esto lo entiende cualquiera con un poco de sesera. Así en un país con un laicismo muy bien definido, como es Estados Unidos, el presidente puede jurar con la mano en una Biblia mientras la religión está prohibida en las aulas. Cualquier religión, no como sucede en Europa que son muy valientes con la cristiana y cobardes con otras, las cuales no son propias de la cultura occidental, por cierto. Si tuviesen ganas los políticos españoles de conocer un poco sobre laicismo leerían al cardenal Angelo Scola y se sorprenderían.

En esta época del año se concatenan la celebración de la Navidad —ni solsticio, ni saturnales, ni paganismos olvidados—, el año nuevo y la llegada de los Reyes Magos. Son las fiestas de la época que toca. Por lo tanto está muy bien felicitar las fiestas englobando todo. Normalmente en la calle las personas del común felicitan una cosa, la otra o ambas dependiendo del estado de ánimo o la persona con la que se cruce. Ahora bien, el cargo político es consciente de lo que escribe o dice. No es algo improvisado o espontáneo. Entonces ¿por qué no felicitar la Navidad? Impostura. A lo que hay que añadir cansinismo inilustrado.

¿Qué es el cansinismo inilustrado? Parte de la impostura de los cargos prograsistas. Si ya han felicitado las fiestas cubren todo el espacio temporal que va del 24 de diciembre hasta el 6 de enero. Las Fiestas son todas. No tienen y no deben felicitar el nuevo año, ya lo han hecho. Lo que ocurre es que la impostura les puede y no quieren felicitar la Navidad para aparentar ser mucho más progresistas que nadie. De ahí que feliciten las fiestas, luego el año nuevo y seguramente hagan algún tipo de gracia con los reyes magos. Esto último sería lo más estúpido del mundo pues es tan cristiana la fiesta como la Navidad, pero nuestros políticos son así de cortos de entendederas. Son cansinos. Mucho.

Como ven en los mensajes de X Pedro Sánchez y Yolanda Díaz son el claro ejemplo de cansino inilustrado. En el caso del presidente del Gobierno no tuvo reparos en felicitar el Ramadán no hace mucho. El problema es que se le echaron encima y no lo ha vuelto a hacer. Pero una religión no mayoritaria, de momento, en España merece más reconocimiento que la mayoritaria y fundamento cultural de la nación-Estado que dicen querer y defender. Impostura laica.

En el caso de la vicepresidenta segunda además se añade decir tonterías. Que todos los deseos se conviertan en derechos no lo dice ni el que asó la manteca. Si eso fuese así sería un derecho que cada español tuviese un Ferrari, un Mustang, una casa con piscina o cualquier cosa que deseen. Como ven hay veces que es mejor callarse y dejarlo en el Felices Fiestas y no insistir, no ser cansino, porque queda uno retratado. ¡Ojo! Que los que felicitan la Navidad y demás tampoco es que sean mucho mejor, hacen el paripé de cristianos y se pasan por el forro la doctrina de la Iglesia católica. Entre cansinos y fariseos está la cosa reñida.

La dialéctica cultura y fe en la modernidad

La realidad es que este libro no estaba planificado para llegar a mis manos. Algo normal en todos los lectores/compradores de libros con el tsundoku, que dirían los japoneses, metido en el cuerpo. Iba paseando, para hacer tiempo, y se apareció ante mí una de las librerías Paulinas. Total, como había que hacer tiempo, por qué no entrar a echar un vistazo. Tenían en mente comprar un libro de Elio Gallego sobre John Henry Newman y otro de Olegario González de Cardedal sobre un tema que me interesa. Probar por si los tenían en ese momento era una forma como otra de pasar el tiempo. No los tenían y decidí “echar un vistazo”. Y cuando uno echa un vistazo en una librería acaba por encontrar algo. Siempre hay algo que encontrar, salvo que solo haya cosas de las dos grandes.

De esta forma llegó a mis manos el libro de Paul O’Callaghan, Desafíos entre >Fe y Cultura, de Rialp. Una propuesta dialéctica muy interesante donde el autor va desgranando cómo la fe disputa a la cultura ciertas posiciones y cómo la cultura impele a la salida de la fe en otros aspectos. Cuando algunas personas hablan de “batalla cultural” y demás cuestiones olvidan en muchas ocasiones lo que expone el autor en este libro. No es nueva batalla sino que viene de lejos. Paradójicamente, muchos de esos epígonos de la batalla cultural no toman en consideración la globalidad y pronfundidad del enfrentamiento como sí hace el padre O’Callaghan. Y ahí está su error.

Bien desgranado, resumido (se agradece no extenderse más de lo necesario) y tematizado, el autor irlandés comienza el texto planteando los términos básicos del enfrentamiento que va a desarrollar a continuación. No hay nada mejor que explicar qué se entiende por cada concepto que se utiliza para poder seguir el desarrollo sin problemas de comunicación. Que luego viene alguien que tergiversa lo comúnmente aceptado y no hay dios que se entere de lo que quiere decir. Si además de exponer los términos, se escribe con claridad, mucho mejor, como sucede aquí.

Siguiendo una línea histórica, necesaria para el tema que se está tratando, O’Callaghan va narrando cómo la Fe cristiana acabó por conformar la cultura occidental desde una antropología bíblica, que deriva en una ética propia y en un tipo de cultura específico: bien una cultura de rectitud y culpa, donde se distingue a la persona de sus acciones, ergo, sus acciones son correctas o incorrectas y cabe arrepentimiento y perdón; o bien una cultura de honor y vergüenza, donde no se distingue a la persona de las acciones y solo cabe la exaltación o la expulsión. Es evidente que la cultura fundamentada en el cristianismo, específicamente el catolicismo, se encarna en la primera y no en la segunda. Hoy la cultura dominante se parece más a la segunda.

De este tipo de configuración cultural, sigue el autor, se pudo construir la cultura occidental. Ahora que el cristianismo, como sustancia, está siendo apartado, va quedando una corteza sin nada dentro, provocando que la «humanidad se vuelva problemática para sí misma». No es que el cristianismo sea la única fuente para la conformación cultural, lo explica bien el autor, sino que sin esa sustancia, que ha permitido una construcción ética y estética (cabría añadir) de la cultura occidental, la civilización acaba por secarse. El rechazo en algunos aspecto de la dialéctica fe y cultura no hace más que perjudicar a la propia comunidad humana.

En la segunda parte será la cultura la que desafíe a la fe. Aquí O’Callaghan toma diversos temas centrales del espectro cultural occidental. A saber, libertad, igualdad, individualismo, solidaridad, conquista y gratitud. En todas ellas el padre irlandés expone cómo la fe, la antropología cristiana, explica de mejor forma lo que es el ser humano y su encaje en el mundo. Si la cultura desafía a la fe con el individualismo nada mejor que contraponerle una especie de personalismo donde se establece que el ser humano no es una mónada sino un ser ab alio. El ser humano es social y relacional «hasta el núcleo mismo de su ser». También existen diferencias entre el igualitarismo y la igualdad que son más conocidas.

La dialéctica conquista/gratitud es sumamente interesante pues, al fin y al cabo, vienen a resumir lo que es todo el debate entre los pares antes citados. Así dice respecto a la cultura dominante occidental: «la antropología del hombre que se hace a sí mismo, que se diseña y construye hasta el último detalle, con el deseo de no deberle nada a nadie, de no reconocer el don, como don, sino como conquista». Si Dios no existiese cualquier acción gratuita se colocaría en el plano de la deuda. Esto es algo que se percibe en la actualidad donde se llevan a cabo acciones que acaban generando una especie de dependencia con el otro. Es la cultura de la conquista. Sin embargo, la cultura de la gratitud cristiana se inserta en el don, la donación al otro, sin necesidad de retorno.

El último capítulo se separa un poco de la dialéctica cultura/fe para poner al cristianismo en medio de la batalla política. O bien se es liberal (en el sentido izquierdista) o bien se es conservador. Lo que viene a proponer O’Callaghan es que el cristianismo católico no puede ser conservador, ni liberal per se. Sin duda hay aspectos que encajan con el perfil cultural conservador (el derecho a la vida, especialmente), pero existen muchos otros aspectos católicos que son más culturalmente liberales o de izquierdas. Ninguna doctrina política puede, entonces, hacer un uso exclusivo del catolicismo.

«La vida del cristiano está construida sobre la fe que lo une al pasado, a la caridad del presente y, como resultado, a la esperanza, conduciendo confiadamente hacia el futuro. Los verdaderos cristianos, viviendo en fe, esperanza y caridad, pueden y deben poder establecer una síntesis personal entre el espíritu conservador y el liberal en el mejor y más profundo sentido de esos términos». Al alguno le puede llegar a explotar la cabeza.

Y así llegó a mis manos el texto y así lo he entendido. Ahora le toca a usted acudir a una librería a hacerse con un ejemplar del mismo.

A un año de su muerte la figura de Benedicto XVI se engrandece

A un año de su muerte la figura de Benedicto XVI va aumentando de tamaño pastoral, teologal y pontificia. Cada día que pasa se va comprendiendo mejor al teólogo y al pontífice. Son numerosos los homenajes que se le han tributado, incluso alguno ha sido vetado por la Santa Sede, lo que da muestras de su valor para una gran mayoría de católicos. Cuando comenzó su labor como sucesor de san Pedro se preveía una especie de continuación de un gigante como Juan Pablo II, pero el tiempo le ha dado su propio espacio pastoral y personal.

Una figura tan grande que el papa regente hubo de esperar a su muerte para lanzarse a una supuesta renovación doctrinal, por la puerta de atrás cabe decir, que, paradójicamente, hace añorar más al para germánico. Se ha pasado de un pontífice que dialogaba hasta el extremo de parecer indeciso a uno que actúa cual caudillo. De la claridad de pensamiento y exposición se ha pasado al cantinfleo y el principio de contradicción del actual sucesor del primero entre los apóstoles.

Decía Benedicto XVI que la Biblia literal era un imposible, solo siguiendo la Palabra interpretada por la Iglesia viviente podía encontrarse el sentido correcto de la Verdad. Esto ha desaparecido porque la interpretación queda reducida a lo que uno grupúsculo de amigos del pontífice deciden qué sí y que no es doctrina. Cuando Benedicto XVI publicaba una encíclica ésta había pasado por numerosas manos, a pesar de su docto conocimiento. Cuando Benedicto XVI, incluso en sus tiempos de Joseph Ratzinger en protector de la doctrina, decidía expulsar o castigar a alguien, lo hacía bajo fundamentos doctrinales y teológicos, ahora se hace por haber contradicho unas palabras pontificias que son justo lo contrario que se había expresado anteriormente.

Cuando el cardenal Robert Sarah solicita que avance cuanto antes la consideración de Benedicto XVI como Doctor de la Iglesia lo hace sobre una enorme trayectoria teológica y una acción pastoral donde, en muchas ocasiones, quiso aplicar la misericordia y la caridad incluso a quienes insistían en ponerse fuera de los límites doctrinales.

Muy al contrario de lo que sucede en estos tiempos de adaptación de la Iglesia a la mundanidad, Benedicto XVI siempre defendió la más que justificada autoridad de la Iglesia católica en lo referente a la moral social, a la “vida concreta” del ser humano. No quiso nunca que lo religioso quedase en un segundo o tercer plano, en la mera esfera privada como apuntan desde el cristianismo protestante. Bien al contrario defendía que la presencia del cristiano en la vida pública era necesaria y casi obligada en estos tiempos neopaganos. Había que pasar por el via crucis de las críticas y la muerte sociale en muchas ocasiones, una especie de martirio que solo podía hacer más grande al catolicismo. En otras ocasiones la vida se daba de manera literal. Era disputar en el terreno donde se juega la verdad y la mentira.

A un año de su muerte Benedicto XVI se hace más grande, Magno que se diría en otros tiempos, por méritos propios y por deméritos de otros. No lo reconocerán los grandes medios de comunicación, bueno, ni los pequeños, porque se encuentran cómodos con quienes no les impelen a cambiar sino que se adaptan a las exigencias de los grandes grupos de presión globales. Un año ya sin el viejo papa alemán y parece que hace mucho más tiempo que nos dejó huérfanos de su saber.

Semprún, revisión de la escritura y la vida

Con motivo del centenario del nacimiento de Jorge Semprún su editorial de toda la vida (Tusquets), al menos en España ha publicado casi toda su obra, decidió publicar un libro homenaje: Destino y memoria. Editado por Mayka Lahoz, quien también escribe el ensayo introductorio, y con las colaboraciones de Benito Bermejo, Felipe Nieto, Jordi Amat, Reyes Mate, Anna Caballé y Esteve Riambau. A ello se añaden, en páginas de color diferente recuerdos de unas cuantas personas que le conocieron.

Un texto que, dentro de un nivel aceptable, tiene altibajos en sus textos. Destacan los textos de Lahoz, Mate y Caballé donde no solo se aborda la figura del homenajeado sino que se intenta verle más allá de su propio ser, en un contexto concreto y con aportaciones críticas. La autorreferencialidad de su escritura, de su magnífica y particular escritura, encaja perfectamente con un carácter social ciertamente soberbio. No se sabe si por provenir del rancio abolengo familiar o por esa supervivencia que demostró en su vida, la realidad es que en algunos momentos era insoportable intelectualmente.

En los diversos textos, como no podía ser de otra forma, se habla profusamente de sus dos hitos principales, ser superviviente de los campos de concentración/extermino nazis y haber sido el agente infiltrado en la dictadura franquista del PCE. Ambas proezas han sido volcadas en su literatura, en muchas ocasiones exagerando partes y en otras ocultando hechos más o menos desagradables. Es curioso que quienes le conocieron como Federico Sánchez, su alias de infiltrado comunista, no expresasen ningún tipo de reconocimiento una vez llegada la libertad a España. Haber sido expulsado del PCE, junto a Fernando Claudín, y criticar abierta y profundamente el estalinismo no se le perdonó jamás. A pesar de que el carrillismo aceptase la política por la que fueron expulsados aquellos dos. Esto no se encuentra en ninguno de los textos y hubiese tenido sentido esa especie de investigación política.

En los diferentes capítulos podrán leer diversos aspectos de su vida, bien mediante la extracción de partes de sus novelas, bien mediante sus acciones públicas, bien por el recuerdo de otras personas. Por desgracia no son tantas que las que quedan vivas y hayan dejado por escrito algún relato respecto a Semprún. Pero en términos generales se tratan bastante bien las etapas vitales del autor español. El último capítulo referido al cine sempruniano es un novedoso punto analítico que, en algunas ocasiones, se ha olvidado por completo. Semprún no deja de ser él mismo tanto en sus guiones como en sus libros.

Caballé acierta al recuperar el libro Netchaiev ha vuelto, ese gran olvidado de la obra sempruniana. El libro, aunque no lo diga así la autora del ensayo, es el mejor compendio de los fetiches de Semprún y, sin embargo, no es destacado ni en su película por autores que le han “estudiado”. Caballé lo trae de vuelta a la actualidad analítica en ciertos aspectos, podría haber tratado otros muchos, especialmente los de carácter más político, pero no es culpa suya sino de los límites del propio ensayo. Su texto, por otra parte, es magnífico.

Destaca por encima de los demás ensayos el de Reyes Mate. Pensador que ha tratado el tema del exterminio y derivados desde hace muchos años, encaja la literatura y la vida de Semprún en un marco conceptual y contextual perfecto. Encaja al personaje y a la persona dentro de un tiempo concreto con unos condicionantes peculiares, lo que ayuda a comprender mejor ciertos porqués del homenajeado.

Un buen texto conjunto que explica cómo un estalinista convencido pasó a ser uno de los mayores atacantes de los totalitarismos. Él vivió ambos tipos en sus propias carnes. El europeísmo, la paz y el relativismo ético (encajado en las propias circunstancias) serían sus apoyos una vez dejó atrás los totalitarismos. El intelectual sería su último personaje vital.

Cómo se quedan las cabezas tras la política

Si a ustedes les parece ya que la clase política no es que sea muy lúcida, imaginen qué pasa con todas estas personas cuando abandonan la esfera pública y el principal foco mediático. Escondidos en oscuras asociaciones, eso que en inglés califican de think tanks, reaparecen de vez en cuando para expresarse sobre alguna materia en la que tienen poca o ninguna idea. También sucede con los expresidentes del Gobierno y exministros. Ahí es cuando cualquiera de ustedes se pregunta cómo pudo llegar esta persona a ser un alto cargo público.

El ejemplo de hoy es Jaime Mayor Oreja. Un político de la vieja guardia pepera, de los duros que se suele decir, y que hoy está al frente de varios grupos de presión del mismo pelaje conservador tirando a parduzco. Esto último no es reprochable, dentro de la libertad de pensamiento caben todos los posibles pronunciamientos que estén argumentados con lógica y acercamiento a la verdad. Pero cuando se habla en público lo menos que se pide es que se hable con certezas y coherencia.

Ediciones Encuentro es una editorial fundamentada en el ámbito cristiano. Posee un catalogo de magníficos textos, algunos de ellos sumamente interesantes respecto a hacer pensar a quien los lee. Ya sean de historia, de filosofía, de ciencias sociales, cada año publican algunos libros muy buenos. En esta ocasión han publicado, como homenaje, un libro con textos de magníficos autores respecto a las dialécticas que estableció Joseph Ratzinger con el mundo de la filosofía. Significado en varios autores y que, probablemente como aventuró el editor, tenga continuación en breve. Uno de los intelectuales más brillantes del siglo XX merecía este reconocimiento.

En la presentación, además de una de las autoras (Marcela Jiménez) y el cardenal emérito Rouco Varela, vinculados al homenajeado por diversos motivos personales, intelectuales y eclesiásticos, se sumó Mayor Oreja. ¿Qué vínculos tenía con el fallecido pontífice? Más allá de alguna recepción con él no se conocen a nivel intelectual, personal o laboral. Igual por ser jefazo del grupo de presión NEOS y antiguo presidente de las juventudes de la Asociación Católica de Propagandistas; igual por católico; igual porque siempre atrae público, el caso es que allí estaba. Y tuvo que dejar “alguna perla intelectual” de esas que asustarían hasta a Chesterton.

Como han contado en El debate, único medio que se ha tomado la molestia en acudir a la presentación del magnífico libro (del que tendrán en breve reseña en estas páginas), el expolítico pepero comenzó alabando la grandeza intelectual de Ratzinger frente a un mundo que cada vez más expulsa lo religioso, mejor dicho, lo cristiano-católico de su espacio público. Ante esa expulsión se rebeló el fallecido pontífice como también lo hizo frente a esa posición modernista que enviaba al cristianismo al deísmo, a las catacumbas de lo irracional. Razón y fe estaban vinculadas.

Tras esto, que es bien conocido, el expolítico vasco comenzó a divagar y a exponer sus propias frustraciones o pulsiones ideológicas. Tras afirmar que el «marxismo cultural es la versión secularizada del mesianismo judío y la escatología cristiana» se debió quedar tan ancho. Lo primero que hay que decir que no existe, ni ha existido ningún marxismo cultural. Término que es un invento de fuerzas de extrema derecha para hablar de una conspiración judeomasónica que estaría apoyada en aspectos marxistas que acabarían con el sistema. Más allá de ese término, ¿era el marxismo mesiánico y escatológico? Sí, lo era. Como lo han sido todas las ideologías y doctrinas surgidas de la Ilustración. O ¿el liberalismo no ofrece un mesianismo y una escatología? Claro que lo hace mediante la ideología del progreso humano, económico y social.

Siguiendo con el tema del marxismo, que tiene a Mayor Oreja obsesionado, afirma lo siguiente: «Marx no reconoce la verdad; según Marx, el hombre crea la verdad». No reconoce el hecho religioso, sin duda, pero tampoco es que piense que es el ser humano el que crea la verdad, más bien pensaba que eran los sistemas económicos. De todas formas no sería un pensamiento propio de Marx sino de la Ilustración. Ahí tienen a Inmanuel Kant que sería el primero en que establecería algo similar. La razón pura y todo aquello.

Para rematar a Marx nada mejor que volver al marxismo cultural el cual «es [hoy] la suma de la supremacía del dinero, del relativismo y del positivismo jurídico». ¡Olé, olé! Así que el marxismo se ha unido al dinero, afirma el relativismo intelectual y moral y es culpable del positivismo jurídico. Cuidado que se le han achacado al marxismo cosas, pero esto es ya demasiado. Culpables del materialismo vale, pero del supremacismo del dinero, no. ¡Por favor! Cuidado que tenía entre los autores que dialogan en el libro a Vattimo (por aquello del relativismo), pues no, ha tenido que lanzarse contra el marxismo. No es que sea falso que existe una supremacía del dinero, relativismo y positivismo, esa parte es correcta, pero no tiene culpa de ello el marxismo. Entre otras cosas porque lleva décadas fenecido.

Podría haber leído la mejor reflexión de Ratzinger, siendo el prefecto de la Congregación (hoy Dicasterio) para la Doctrina de la Fe, sobre la Teología de la Liberación y tener más claro qué pensaban en el Vaticano sobre el tema. No les gustaba el marxismo pero no por las cuestiones que viene expresando. Todo ello no es más que producto de la propia Ilustración. El relativismo es mucho más liberal, o neoliberal, que marxista pero esto, evidentemente, no lo puede aceptar Mayor Oreja quien sigue peleando contra fantasmas. Lo mismo hacen otros dirigentes actuales del PP cuando invocan el peligro marxista o un “gobierno comunista”.

Al quedarse sin “enemigos” no queda otra que inventárselos trayéndolos del pasado. El problema es que no se sostiene intelectualmente. Algo, por cierto, que ya vislumbró el propio Ratzinger hace mucho tiempo y que se refleja en sus escritos desde finales del siglo XX y comienzos del XXI. Con haber leído algo al homenajeado habría visto que hasta aceptaban algunas proposiciones del socialismo, las más sociales y críticas con el capitalismo. La expulsión del corazón cristiano de Europa no es cosa del marxismo cultural sino de múltiples factores de los que los liberales europeos no son ajenos. El obispo emérito de Granada, monseñor Francisco Javier Martínez, lo explicaba muy bien al hablar de las dos caras o espíritus del liberalismo. Hay que prepararse más las charlas y no acudir a soltar las propias miserias personales.

Sánchez cambiará el Falcon por un A320neo

Ahora que algún medio de comunicación habla sobre un posible embargo del Falcon del Ejército del Aire que utiliza el presidente del Gobierno, fuentes cercanas a Moncloa confirman un gran cambio. Pedro Sánchez ha decidido cambiar el avión que usualmente utiliza para sus desplazamientos, aunque sea a casa de su suegro, por un avión más grande, el Airbus A320neo.

El cambio se produce por logística y ecología. Comenzando por lo segundo, el A320neo es mucho más sostenible que el viejo Falcon. Tiene menor contaminación combustible y acústica. Como medida de resiliencia del transporte presidencial, nada mejor que ajustar sus movimientos a la Agenda 2030. Dicen cerca de Moncloa que “es mucho mejor avanzar en términos ecológicos y que la ciudadanía entienda que este cambio representa un hito de la aviación gubernamental al utilizar un medio tan ecológico”.

El cambio logístico vendría por la mayor capacidad de la nueva aeronave. Casi quince metros más de largo que permitirán al presidente tener un despacho con sofá-cama donde trabajar en solitario. Podrá desplazar a buena parte de su equipo en una zona donde habrá mesas y asientos confortables. Al igual, aquellos medios de comunicación más cercanos a la presidencia o empresarios escogidos podrán volar junto al presidente en una zona apartada de la gubernamental en los viajes internacionales.

A imitación del Airforce One estadounidense, con este cambio Sánchez quiere dotar a la presidencia del Gobierno de un aura majestuosa. Un simbolismo donde el presidente del Gobierno de “todos los españoles” (recalcan cerca de Moncloa) muestre al mundo la potencialidad del país. Una forma de hacer publicidad gratuita de España. Por ello la nueva aeronave, que también estará integrada en el Ejército del Aire, estará pintada con los colores de la bandera de España.

Además, señalan las fuentes, se cambia de un producto plenamente francés por uno con calado europeo. Tras la presidencia de la UE quiere Sánchez mostrar al resto de países que su alma europeísta es enorme y que no es verdad que en sus seis meses no haya hecho nada como le reprochan. Hasta Alberto Núñez Feijoo ha dado su aprobación en la reunión mantenida el pasado viernes, en espera de poder utilizarlo él, se supone.

Un A320neo surcará los cielos del mundo con Sánchez en su interior y la bandera de España reluciendo al contacto directo de los rayos solares. Algo que gustará a la comunidad de paganos españoles. Y lo mejor de todo es que lo pagará con fondos europeos y no costará dinero a los bolsillos de los españoles su compra, porque su mantenimiento sí.

Que sí, que 14, pero esta no la tenéis

Tu equipo ha vencido y pleno de felicidad subes el resultado, o cualquier otro tipo de mensaje manifestando alegría y, sin saber cómo, aparece un cansino a recordarte que no se tienen que celebrar los partidos ganados. Si tú eres del Atleti esto te ocurrirá en cada partido. Siempre está a la que salta ese cansino, ese Isidoro, ese tipejo que se harta a tamales en una aldea perdida de la amazonia colombiana, ese muchacho con problemas de relaciones sociales a decirte que no, que no debes celebrar nada y que él tiene 14.

¿Catorce qué?, se preguntarán ustedes. Pues 14 Champions. En realidad él no tiene nada. En muchas ocasiones no tiene ni para comer. Inteligencia ninguna. Pero cree tener 14 Champions. Son “los tontos las Champions”. Toda su vida gira alrededor de eso. Los tienen en la calle, en la empresa o en los medios de comunicación. Lo que se conoce como roncerismo inilustrado. Amargados de la vida que no saben disfrutar con el aleteo de un colibrí, con la mirada sorprendida de un niño, ni con una victoria de tu equipo de fútbol tras un gran esfuerzo. Si no hay Champions, no se puede celebrar…

…salvo el Real Madrid. Que puede celebrar todo lo que quiera porque lo dicen el Marca, el As, o los Teleñecos de la Noche. Los que han ganado todo pueden celebrar lo que sea. Un momento. ¿Todo? ¡Ejem! Parece que existe un pequeño error en eso. El FC Barcelona sí ha ganado todo pero el equipo blanco no. Tiene Ligas, Copas, Supercopas, Champions, Europa Leagues, Recopas… ¡Ah no! ¡Que Recopas no tiene ni una! El antiguo segundo máximo campeonato europeo no lo han conseguido nunca. Ni una vez. Nada. Cero. No saben lo que es.

Un trofeo que el Barça, el Bayern, el Chelsea, el City, el United, la Juve, el Atlético de Madrid, el Valencia, el Zaragoza y hasta el PSG sí tienen. Y no porque, como podría pasar con la Conference League, no lo hayan jugado. Lo han jugado y hasta han llegado a dos finales donde palmaron. Este trofeo no existe en su memoria porque ni lo han olido. No saben qué se siente al celebrar su consecución. Jamás han jugado la Supercopa por haberlo ganado. Por tanto, no han ganado todo.

Nada mejor que recordárselo de vez en cuando para que bajen de la nube. Siendo “los tontos las Champions” va a ser difícil, pero igual aprenden a no meterse donde nadie les ha llamado. Miles de millones de aficionados al fútbol celebran y disfrutan de sus equipos. Esos que no son el Real Madrid. Aunque sea inconcebible para sus cerebros monofásicos. A disfrutar de los 1.000 millones de más que os ha clavado Florentino Pérez por el Bernabéu. Si no fuera por la mala envidia de ver el Metropolitano, ni un euro hubiese gastado. Pero le puede la envidia. Le jode que todo el mundo no sea de su equipo y eso lo transmite a Isidoro, a Toñín y al rayas.

Caudillo Francisco

Está la feligresía católica rebuscando en los textos de Hans Küng, Lord Acton y cualquiera que haya hablado sobre la infalibilidad papal. Sobre herejía, cisma y apostasía también, aunque los menos. La declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Fiducia supplicans ha alterado al apacentado rebaño de Jesucristo, justo cuando se celebra y simboliza su natalicio. ¿Cómo puede actuar contra la doctrina en la bendición de pecadores que están orgullosos de serlo?

Obispos de todo el mundo se han manifestado tanto a favor (especialmente los macarrista estadounidenses y buena parte del episcopado alemán) como en contra (no solo los “tradis”). El ofrecimiento de las bendiciones pastorales que ha propuesto para las parejas irregulares (muy en concreto las del mismo sexo) supone un desafío teológico y doctrinal enorme. Más allá de la cuestión política que existe detrás de todo ello, con la presencia de potentes grupos de presión detrás como ya se contó, la teológica y la eclesiológica no son sencillas de analizar.

Teológicamente es evidente que las bendiciones pastorales han existido siempre y tienen fundamento evangélico. Como hace la declaración, se recuerda la bendición del propio Jesucristo a la mujer adúltera. Bendecir a una persona y no a su pecado era algo que ya existía en el seno de la Iglesia, pero siempre de manera individual y en aras a la conversión o rectificación de la acción o acciones pecaminosas. En la declaración todo el tema del pecado está ausente y han sido los propios obispos en sus cartas apostólicas los que han tenido a bien recordarlo.

Bendecir a una pareja en pecado ¿les acercará a la Iglesia?, ¿corregirán su actitud, que para la Iglesia no ha cambiado?, ¿se acercarán a la Iglesia o será postureo? Todas estas cuestiones no se han resuelto, entre otras cosas porque el cardenal Víctor Manuel “Tucho” Fernández sigue cantinfleando en sus escritos. Lo mismo dice una cosa que dice otra o ninguna a la vez. Un recurso muy jesuítico para no pillarse los dedos y que cada cual haga de su capa un sayo. Al final, después de llegar casi a la apostasía, que decida cada sacerdote lo que quiere hacer.

El papa Francisco I ha hablado de que con estas bendiciones, que no cambian la doctrina, lo único que se pretende es acercar a más personas a la Iglesia. Ser más misericordiosos. Más caritativos. Más comprensivos con la humanidad. Algo que tienen casi todos los curas, salvo los más asalvajados, claro. No hay ninguno que se niegue a acompañar fidelísimamente a cualquier persona si así lo necesitan. Incluso la confesión, un sacramento olvidado por este papado, y la absolución de los pecados es posible. Siempre y cuando haya verdadera aceptación de lo que supone ser católico en todos los aspectos vitales. Alguno hará la gracia de decir que el clero está lleno de homosexuales pero calla cuando los porcentajes de tíos, padres, abuelos, primos o profesores laicos abusadores es cuatro veces mayor.

El romano pontífice, con su Iglesia en misión o tienda de campaña, está intentando que no se le vacíen las iglesias o los seminarios y agrandar la comunidad de fieles. El problema es que la está llevando a la mundanización. Ya se expresó contra la misa tradicional; a las asociaciones católicas les metió mano (especialmente a Opus Dei, Focolares y Comunión y Liberación); alaba a la Pachamama; convoca un Sínodo de la Sinodalidad donde los laicos son “especialmente” elegidos; cierra seminarios; purga a cardenales y obispos que discrepan de sus posturas, señalando a los discrepantes como rígidos y acostumbrados (él es enamorado, por cierto); y se toma la infalibilidad papal como si todo lo que se le ocurriera a su mente (enferma, de verdad no como insulto) tuviese que ser acogido como doctrina.

Realmente, habiendo asumido a la perfección la escuela sudamericana política, se comporta como un Caudillo. No hay mucha diferencia con el peronismo o con Milei, por ejemplo. Se actúa y se hace lo que él dice. Se resguarda en la infalibilidad papal, pero olvida que no es sino en comunión con el resto de apóstoles (los demás cardenales y obispos) que la organización puede funcionar. Los fieles, después de tanto como ha hablado de incluirlos en las cosas de la Iglesia para evitar el clericalismo, no son nada. Deben acatar, como la curia y el clero, y seguir al sucesor de Pedro.

San Pablo se atrevió a corregir a san Pedro (son conocidas sus disputas) ¿por qué Burke no va a poder hacerlo? Juan Pablo II o Benedicto XVI tuvieron sus críticos y debatieron con lealtad y aceptación (excepto cuando era antidoctrinal, donde se tenía paciencia). El Caudillo argentino, empero, no debate. Si acaso hace como que debate para mantener su posición inamovible (¿de qué han servido las dubia cardenalicias?). No es solo que se haga lo que él quiere sino que se instaura un sistema totalitario, influido supuestamente por el Paráclito, donde al discrepante se le purga, se le excluye, se le oculta.

¿A tanto llega la infalibilidad papal? ¿Dónde dice que para todo tenga la respuesta correcta (especialmente para cuestiones mundanas)? Pese a invocar la democratización de la Iglesia (en el Sínodo de la Sinodalidad), ¿por qué sigue actuando como un monarca absolutista o un caudillo peronista? Aquí es donde la mayoría de fieles y, especialmente, los sacerdotes de toda condición comienzan a cuestionar la infalibilidad papal. Quienes no son católicos y les importa (¿se puede decir mierda?) una higa la Iglesia, todo es bello e incluso disfrutan del hundimiento que está provocando Francisco. Como advirtiera Joseph Ratzinger en su Introducción al cristianismo al final esto llevará a pequeñas comunidades de fieles, como los primeros cristianos, donde volverá a resplandecer la fe y la verdad de manera profunda. Mientras hay que aguantar al caudillo de turno.

Así lleva la casta a la ruina a un país

Hoy, mientras ustedes estén comiendo con familiares y/o amigos para celebrar la Navidad, habrá en algunos lugares del mundo personas que se feliciten como llevan haciendo desde que iban al colegio juntos. Incluso es posible que coman juntos en una gran hacienda a las afueras de Londres y eso que, tan solo hace dos o tres días, estuvieron tomando un jerez en el gobierno británico, en la Cámara de los Comunes o la de los Lores. Es la casta política británica torie que de forma tan magnífica expone Simon Kuper en su libro Amigocracia (Capitán Swing).

Cuando hace unos días la mayoría de las personas se sorprendía al haber sido nombrado ministro de Asuntos Exteriores el ex-premier británico, David Cameron, la realidad es que no era más que pedir a un amigo, a un oxoniense (Universidad de Oxford), a un igual de la clase dominante, que echase una mano. Nada mejor para el primer ministro actual, Rishi Sunak, que alguien de su casi misma estirpe sociológica. Lo mismo que sucedió unas décadas antes y es lo que se cuenta en el libro.

¿Cómo pudo Gran Bretaña llegar al Brexit y a la crisis política que les persigue? ¿Cómo un grupo de incompetentes se pudo hacer con el control del país? En el libro de Kuper están algunas de las claves. Se centra mayormente en las peripecias de Boris Johnson. El más estrambótico e incapaz de todo el grupo de amigos-enemigos. Un tipo que se ha valido de las clases de dialéctica que aprendió en exquisito y elitista Eton tanto para sacar su grado en Oxford como llegar a la cima del poder político británico. No hay nada más detrás, salvo su linaje y sus contactos. Un fiel reflejo de la clase dominante actual. Muy hábil con el lenguaje pero con muy pocos hechos prácticos y positivos en sus mochilas: «La gran inteligencia verbal de Johnson lo había absuelto de tener que desarrollar inteligencia analítica», dice Kuper. Siempre son otros los que les sacan las castañas del fuego.

Un grupo de oxonienses y etonianos se hicieron con el poder político porque, al fin y al cabo pensaban y piensan, estaban destinados a ello. Es lo propio de su clase el mandar, el dirigir, el estar por encima del bien y del mal. «Las reglas y las leyes son para los demás no para las gentes de clase alta» es el pensamiento de estas gentes que controlaron y controlan la política británica.

Johnson, Cameron Jacob Rees-Moog, Jeremy Hunt, Dan Hannan, Michael Gove y tantos otros nombres aparecen durante la narración del libro. Todos ellos han tenido que ver en el desastre de gestión que ha vivido Gran Bretaña. Kuper hace una radiografía excelente de sus carreras desde su llegada a Oxford y cómo ya se veían así mismos como “destinados” al poder. El problema es que el laborismo era tan thatcherista que no tenían posibilidades de hacerse hueco hasta que descubrieron el Brexit.

Cameron tuvo la suerte de enfrentar a lo más arcaico del laborismo y ya avisó que lo suyo sería susto o muerte con el referéndum escocés, El grupo de Oxford, desde las tribunas periodísticas que poseían; desde los grupos de presión financiados por Soros; o por convencimiento propio, acabaron presionando para el referéndum del Brexit. En el mismo, pese a que Cameron pensaba que vencería el no y por eso se relajó, los demás miembros del grupo se lanzaron a la mentira (expusieron que se acabaría la llegada de inmigración y nada más vencer el no se desdijeron, un Sánchez avant la lettre), a las expresiones demagógicas que una buena formación verbal les permitía y… se encontraron con el Brexit en las narices.

Un Brexit que, además, pensaban no sería tan duro como amenazaban desde Bruselas. Y sí, el Brexit fue duro y cortante. Pensaban estos muchachotes que la UE se bajaría los pantalones porque, piensan ellos siendo la clase dominante británica, Gran Bretaña es la madre de todas las cosas. De repente se vieron ante una situación incontrolable y con una grupo de perfectos incapaces al frente. Porque, lo que demuestra Kuper, es que todos ellos son perfectamente incapaces para lo que es la gestión pública.

La sucesión de unos y otros en el cargo de premier no mejoraría las cosas. Muchas risas con Johnson pero acabó en la calle por pensar que las leyes no aplican a los de su clase. Algo venía cambiando en el mundo y estos tipos ni se habían enterado. Seguían viviendo en su mundo de un Oxford ya desaparecido donde con buenas palabras se sacaban las carreras y se podía ser profesor sin un doctorado detrás. Bastaba un poco de jerez y hacer contactos. Todo esto y mucho más lo encontrarán en el maravilloso libro que les presentamos hoy.

El progreso no es lo que era

Ahora que está de moda ser progresista, antes que otra calificación, no viene mal atender a lo que ha significado la idea de progreso en la historia y hacer una comparación. No es lo que ha hecho Alberto J. Ribes en su reciente libro Luz, terror, esperanza. La idea de progreso (1800-1968). Desde una perspectiva sociológica, aunque sin dejar de mirar a otras ramas del conocimiento, el autor va desentrañando lo que supone la idea de progreso con un freno, por así llamarlo, datado en la revolución social de 1968. Posteriormente a esa fecha entraría en acción la llamada modernidad líquida que nada tiene que ver con la modernidad pesada propia del progreso.

Dice Anthony Giddens en Consecuencias de la modernidad (Alianza Editorial) que en realidad lo que hoy vivimos no es postmoderno, líquido o como quieran llamarlo sino una aceleración del tiempo propio de la modernidad. La modernidad en su eje temporal se ha ido acelerando por lo que el cambio social, tecnológico (acumulación de conocimientos) y político acaba siendo presa de ello. Ribes en su texto, al contrario que Giddens, no acelera el análisis sino que se detiene minuciosamente en desentrañar lo que ha supuesto el progreso como idea ilustrada.

El sueño del progreso fue «que el poder se tornara democrático y plural; atentaba, pues, contra el orden establecido y prometía modificarlo todo para siempre, y soñaba con un futuro esperanzador, justo libre, pleno de solidaridad y de responsabilidad hacia los otros». Por el camino, como es evidente algo salió mal. En primer lugar, algo que es evidente en estos tiempos, es la fetichización del progreso. Ese pensar que con invocar la palabra ya valía, mientras la actitud crítica propia del mismo se iba desvaneciendo, a la par que vida digna y feliz que se prometía no aparece por ningún sitio.

Los primero problemas del progreso fueron el exceso de presión sobre las personas. Una presión institucional que parecía querer controlar hasta el último milímetro de capacidad humana. Curiosamente tanto Saint Simon como Comte no pretendían eso, pero de su pensamiento sí que se desarrolló algo parecido por otras manos. Entre otras cosas porque el progreso humano, como tal y dejado a su albur, no estaba proveyendo ni mejoras sociales, ni humanas sino todo lo contrario. Estaba claro que no se podía quedar mirando a ver cómo el progreso avanzaba. De aquí resultaron las experiencias socialdemócratas o conservadoras de apoyo social.

Hegel afirmó que la capacidad humana para hacer distinciones es infinita. Así lo han pensado los últimos hijos de la escuela de Frankfurt que están centrados en el hegelianismo de la distinción. Pero lo que Ribes pretende al introducir la heterogeneidad es comprobar cómo la tensión con la homogeneidad propicia una serie de nuevas vías, las cuales acaban en el exterminio de los otros. La homogeneidad, bien dice, es «un constructo humano». No existe en sí. Los distintos grupos sociales aparecen desaparecen o se modifican pero siempre en la heterogeneidad. Una heterogeneidad que tampoco hay que reificar. El daño moderno fue que lo homogéneo/heterogéneo acabó en el terror irracional.

Paradójicamente el progreso que se presentaba como el campeón de lo racional, la posibilidad de que la mente humana y los datos recopilados sirviesen para la mejora constante de la vida de los seres, acabó en lo más irracional. Como recuerda el autor, ya los análisis de la primera escuela frankfurtiana iban por ese camino de asombrarse de lo irracional que podía llegar a ser la razón instrumental. Por tanto, advierte Ribes, el progreso no ha sido lo prometido pero cabe lugar a un rayo de esperanza. Mucho más en estos tiempos emotivistas e irracionales.

Liberarse del tiempo y el espacio es un último reto. Negar la facticidad del futuro conduce, paradójicamente, a «la búsqueda del refugio en entidades mítico-comunitarias basadas en pasados imaginarios, el refugio en la clase social [esto un poco menos], en la identidad, en el Estado-nación o incluso en el pasado premoderno». Sin embargo, moderno o postmoderno, lo que no vienen a decir los hechos es que hay límites, o eso es lo que nos ha dejado la lectura del texto. En un momento dado surgió la reflexión siguiente, ¿no es el fracaso del Concorde o los vuelos espaciales de Elon Musk un aviso sobre los límites de lo moderno? Lo mismo se puede decir sobre la Inteligencia Artificial o los cíborgs.

Ribes permite que se pueda reflexionar sobre lo que sucede en nuestro tiempo, especialmente, porque nos cuenta los bueno y lo malo del progreso como idea. Si se cae en el “absoluto” en pensar que existe alguna perfección humana en la Tierra se acaba mal. El cambio siempre va a estar ahí, es propio de la condición humana y frente a él se alzará lo absoluto. La vida como una película frente a la vida como una fotografía, en hábil metáfora del autor. Una película o una buena novela, de esas que utiliza Ribes para ilustrar, mejor que un tratado sesudo, lo que ha significado el progreso. Una vez lean el texto posiblemente podrán descubrir añagazas y demagogias varias en los casos concretos, pero cabe, junto al autor, esperar algo mejor:

«La única actitud posible ahora […]: desde el escepticismo y la desconfianza; desde la atención constante a los errores cometidos en el pasado; desde la necesidad de asumir que si no se proyecta y realiza entre todos, lo que significa alejarse lo más posible de los líderes carismáticos y de las ideologías dogmáticas y los planteamientos esencialistas, si no se sitúa en primer plano la solidaridad y no se incluye algo que ya es irrenunciable para los individuos actuales […] como es la consideración sagrada de los individuos, si no se incluye, además, que el dolor de los otros es también sagrado, lo más probable es que el proyecto acabe nuevamente en desgracias». Todo ello sabiendo que habrá errores que corregir, pararse y pensar/analizar.