En España las procesiones de Semana Santa suelen tener el acompañamiento de numerosas personas. Verdaderas masas viendo pasar pasos, vírgenes, cristos o cualesquiera producto de la buena imaginería española. El fervor popular, la religiosidad popular, es una constante en la vida española. Cofradías que viven todo el año, aunque alguna comida también suelen concertar, para un único momento vivido con una pasión que ya quisieran muchos para otros ámbitos de la vida. Un entregarse nada utilitarista que no se ve reflejado en otros momentos de la Iglesia.

Puede decirse que salvo el domingo de Ramos, y cada vez menos, las iglesias españolas no consiguen llenarse en los Santos Oficios, en las misas, en las vigilias propias de estos tiempos. El fenómeno cofrade o “capillita” no se traslada a la Eucaristía, la cual no deja de ser el reflejo presente del acontecimiento de la encarnación, pasión, muerte y resurrección de Jesús. Peor es la situación fuera de la semana santa.

Es cierto que algunas parroquias mantienen un buen nivel de acogida de fieles, pero en una buena mayoría la asistencia es bastante menor. Se ha pasado en muchas de ellas de oficiar los domingos dos o tres misas a una solamente. Lo que lleva a pensar que más que religiosidad existe idolatría, postureo (dejarse ver es también una forma de participación en estos eventos) y turistificación en las grandes procesiones.

Idolatría porque se aprecia a una talla o una imagen sin trasladar eso a una vida con sentido religioso. Postureo porque se acude a “silla pagada” para que vean que se tiene una posición tal o cual; porque se es hermano porque eso proporciona algún tipo de beneficio comunitario, pero luego… Y turistificación porque las propias instituciones públicas se toman las procesiones como si fuesen un nuevo artilugio del parque de atracciones en que se vienen convirtiendo las ciudades.

El sentido religioso se ha perdido. El acontecimiento no está representado más que mínimamente. Al final hay más “verdad” en las veinte personas que acuden a la vigila del sábado santo, que en los cientos de cofrades que pasean por las ciudades. Desde luego no se puede generalizar como puede parecer, pero las líneas maestras del proceso son sin duda esas. Lo paradójico es que se acaba señalando a la Iglesia como culpable de no se sabe bien qué errores de la semana santa cuando, en realidad, la participación de párrocos y obispos en buena parte de las procesiones es derivada, en algún caso casi obligatoria.

Sin despreciar ese fervor popular, a los párrocos les gustaría que acompañasen el via crucis del viernes, la vigila del sábado y la misa del domingo. El verdadero día festivo para cualquier cristiano pues se produjo lo que el hijo del hombre había predicho, confirmando con ello que era cierto lo prometido. Con ello se da esperanza a cualquier ser humano. Mientras muchos se regodean en la sangre y el dolor, el domingo muchos párrocos celebrarán antes pocos fieles el gran acontecimiento. Es la paradoja de la semana santa.

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