José Luis Aberasturi tiene una columna en el diario Infocatólica donde, de vez en cuando, provoca a los lectores (se recomienda leer esa columna para entender esta). En su última columna “Dad al César…, y a Dios…” lo vuelve a hacer expresando que la democracia es el PEOR sistema político debido a sus frutos. El pater narra que diversos lectores se ponen como basiliscos y hacen una defensa intolerante del sistema. Frente a ello el pater expone una serie de cuestiones éticas-dogmáticas del catolicismo y pide, antes de cualquier contestación, responder a esas preguntas. Habrá, entonces, que contestar a las preguntas y añadir contexto a todo, comenzando por lo ético y posteriormente pasando a lo político.

Comienza explicando el pasaje de Marcos 22:21, la famosa paremia bíblica, donde Jesús, ante una pregunta maliciosa de los fariseos sobre el pago de impuestos a los romanos (okupas dice el pater). Esta introducción le lleva a un aspecto más doctrinal —no del pasaje sino de la actitud del católico, luego veremos lo del propio pasaje— donde la parte de Dios es enfrentada a la del César —primero los deberes con Dios y luega ya se verá— y de ahí se camina hacia la actitud del católico respecto a los partidos políticos. Por este camino surgen las primeras preguntas.

El católico debe ser católico siempre

«¿Puede un católico, en conciencia —es decir, dejando impoluta su conciencia—, votar a un partido que abiertamente está a favor del aborto? Porque, de hecho, ese partido lo alienta y lo promueve; o, como mínimo, dice que no va a tocar las leyes que, al llegar a la gobernanza de la Nación, se ha encontrado a favor del mismo: y las mantiene, claro». Sin ningún tipo de contextualización es evidente que cualquier católico no puede votar a los partidos que hacen eso. Insiste en el tema preguntando si esa «salvajada, que repugna a cualquier conciencia no corrompida» puede ser apoyada, si es compatible con ser y saberse católico. Sin más explicación parece que éticamente es imposible.

Segunda pregunta: «¿Un católico puede, en conciencia, pretender que al votar a un partido abortista “no vota el aborto”, porque él —el votante de turno y papeleta— no lo aprueba personalmente? ¿Son separables, por/en la conciencia, estas cuestiones, y pretender que se la deja incólume, por tanto?». Todo ello quedaría mejor resumido, por no centrarse en el tema del aborto solamente en una gran pregunta: ¿Puede un católico, en conciencia, votar a cualquier partido que vaya en contra del magisterio y la doctrina católica? La respuesta sería negativa si… hubiese algún tipo de alternativa.

Lo que Jesús mostró, y la pequeña trampa que hace el pater con la paremia queda ahora en evidencia, que había que ser justos y dar a cada cual lo suyo. La vida del católico no supone una radical división entre los católicos y el resto. El católico vive en y con el resto de personas, así no profesen la misma religión. La conciencia dicta en cada momento lo que es justo o no es justo. Sin llegar al utilitarismo de sumar y restar pros y contras, el católico cuando deposita su voto no solo debe (cuando menos debería) votar respecto a un tema concreto sino poniendo toda la revelación en juego. De no ser así es imposible para un católico votar en democracia, siempre habrá algún punto en el que habrá una discordancia doctrinal. Dice el cardenal Angelo Scola que no todo va a gustar pero que es imposible separarse de la vida en común y de sus instituciones.

Lo principal es que el católico viva de acuerdo a su fe. Y aquí el pater Aberasturi, en su análisis, tiene mucha razón sobre los católicos que toman parte en la política. El fariseísmo les queda corto. Si, da igual el partido, tú como cargo público o simple militante de un partido político dices ser cristiano no puedes tragar con todo aquello que es contrario a tu fe. Hace bien en señalar a Joe Biden, pero podría alargar la lista con la mayoría de políticos de cualquier partido, pero especialmente de PP y Vox. Y no solo respecto al aborto, la eutanasia, los anticonceptivos…, sino respecto a la caridad, la opción preferencial por los pobres (dicho por Juan Pablo II y Benedicto XVI), la hospitalidad, la libertad de conciencia y demás cuestiones del magisterio y la doctrina católica (sin entrar en el peliagudo pontificado de Francisco).

El católico, así sea laico, debe dar testimonio si participa en política (para mejor entender el tema del testimonio deberían leer a Javier Prades). Ya Spe salvi advierte que las decisiones deben ser tomadas en cada momento y respecto a múltiples cuestiones. Si el católico elimina lo político y social de su vida ¿qué le queda? Poco menos que la vida monacal o el aislamiento en pequeñas comunidades, algo que iría contra la orden evangélica de dar testimonio del acontecimiento. Como la propia Iglesia católica, con buen tino vista la podredumbre que son los partidos, desaconseja la creación de partidos demócrata-cristianos ¿qué queda a un católico? Según el pater Aberasturi, no el suicidio, porque es pecado, pero algo así como la autoexclusión total. Ningún partido —y ninguno es ninguno— cumple mínimamente los requisitos de la doctrina católica. Al menos hasta ahora.

¿Es culpable la democracia?

La culpa, dice Aberasturi, es del Sistema putrefacto de la democracia que ha acabado con parte (gran parte) de la Iglesia y ha llevado al relativismo total. Por ahí mete a masones y demás figuras diabólicas comunes de este tipo de reflexiones. El problema es que el sistema no es solo algo llamado democracia. La propia Iglesia católica defiende la democracia respecto a otros sistemas políticos, no hay más que leer los muchos escritos de Joseph Ratzinger al respecto y las constituciones apostólicas. El problema es más amplio pues existe una combinación de diversos factores económicos, ideológicos —con un liberalismo y un conservadurismo que también son culpables— y sociales. No es culpa de la democracia en sí —que no deja de ser un sistema para la toma de decisiones, aunque prostituido por ideologías— sino de un todo que hoy en día es hasta global.

Si la democracia es el peor sistema que existe ¿cuáles son mejores? Porque proclamar que el peor es uno pero sin dar pistas del mejor es un poco tirar la piedra y esconder la mano. ¿Una dictadura nacionalcatólica? No lo parece pues la dignidad de la persona, clave fundamental del mensaje cristiano, desaparece. ¿Una monarquía absolutista católica? Parece que tampoco. Igual una democracia mejor construida —por no incluir en el debate que realmente se vive en poliarquías, como dijo Robert Dahl—, pero los aparatos ideológicos del sistema son muy potentes.

¿Qué hacer entonces? —con esto se espera dar respuesta a las últimas preguntas del padre Aberasturi. No queda otra que pedir verdadera implicación a los católicos, que sean consecuentes con la doctrina y participen en todos los ámbitos de la vida dando testimonio y trabajando para que el catolicismo tenga fuerza social. Porque el pater tiene muchísima razón al afirmar que existe un catolicismo de postureo. Un catolicismo de misa dominical y procesiones, para que se les vea, pero que es olvidado en el ámbito político y social (en las empresas mismamente). A diferencia de lo que piensa el buen cura, las cosas sí son reversibles en democracia, siempre y cuando se derrote a los aparatos ideológicos en el Estado.

Soluciones y posibilidades

Gracias a la teología liberal y otros experimentos —y algunas relaciones políticas con dictaduras que han dejado tocada la imagen—, el catolicismo está claramente en decadencia en las democracias occidentales. Otras sectas cristianas no están mejor, no vayan a pensar. Igual utilizar la Teología Pública para participar en el debate público; igual ayudar a los laicos católicos que participan en política para que puedan hacer buen uso de su conciencia; igual construir una buena Teología Política (en ello está quien esto escribe); pero siempre dando testimonio.

El católico no es un ser humano aislado del mundo, sino que vive en el mundo y por ende debe implicarse en las cosas del mundo sin pretender crear un Reino de Dios en la Tierra. Algo que no es posible, ni ha sido solicitado por Jesucristo. Tampoco se puede pretender que el catolicismo sea simplemente una moral en un mercado de morales, eso es un reduccionismo como el que el liberalismo ha venido potenciando desde hace más de dos siglos, dejar lo católico en lo privado (como bien señala Aberasturi). Porque testimoniar no se hace tan solo de palabra sino que lleva implícito un completo ejercicio de todo el ser. La acción es tan importante como el discurso, como se expresa en el concepto de “culto razonable” de la Teología Fundamental.

El fondo de la cuestión expresada por el padre Aberasturi es un debate muy necesario, al menos en esta España donde, además de Hakuna y Emaús (que están muy bien), hay necesidad de algo más. Los católicos españoles (culpa del obispado, sin duda, y de los teólogos) están huérfanos al respecto. Se tiene una televisión, una radio, algún periódico católico y ¿qué se aprende en ellos más que la polarización típica de la sociedad del espectáculo? Mientras tanto, al católico de a pie le queda votar lo que entienda que es mejor para el bien común y rezar.

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