Suena el nombre de Suresnes por todo el recinto del Palacio de Congresos de Madrid. Resuena, retumba, hasta hace daño a los oídos. Suresnes, Suresnes, Suresnes. El paso del tiempo ha desgastado de tal manera lo conseguido en aquel ya lejano 1974 que al Partido Socialista Obrero Español «no lo conoce ni la madre que lo parió», tal y como dijo en su momento Alfonso Guerra.

Aunque en el foro interno de cualquier socialista se tiene la idea de que ellos siguen defendiendo lo mismo que defendieron en aquel Congreso clandestino a las afueras de París, la realidad es muy otra. La ilusión que salió de Suresnes se ha diluido por los años pasados en el poder, por las decisiones tomadas e, incluso, por qué no decirlo, por los peligrosos errores que se han cometido desde aquel mes de octubre de 1982 en que Felipe González arrasara en las elecciones generales.

Si a todo lo anterior le sumamos una grave crisis de liderazgo arrastrada desde el año 1996, incluso en los años de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, nos encontramos con un partido, que fue fundamental para entender el desarrollo de España, pero que ha perdido el norte, que ha perdido el liderazgo efectivo de la izquierda española —a pesar de que los resultados electorales aún no lo confirmen— y, sobre todo, que ha perdido la confianza de millones de españoles que les fueron fieles mientras el PSOE fue fiel a su ADN progresista.

Este 39 Congreso debe ser el momento en que los socialistas españoles decidan que quieren ser, hasta dónde quieren llegar olvidándose del pasado, tanto reciente como lejano, y centrarse en las nuevas realidades, en la nueva situación sociopolítica que parece que ni el PSOE ni la socialdemocracia europea han sabido descifrar.

Los derrumbamientos están siendo muy dolorosos para los partidos que han construido el Estado del Bienestar que caracteriza a las democracias europeas. El ataque de los mercados y la imposición de las teorías neoliberales han provocado un gran dolor a la ciudadanía, y la socialdemocracia, tanto la española como la europea, se han encontrado impotentes para, primero, frenar la ofensiva de las élites y, segundo y principal, ofrecer a los ciudadanos soluciones a las políticas impuestas desde instituciones ajenas a la soberanía popular.

Esta incapacidad para ofrecer soluciones que sirvieran de barricada para frenar el ataque de los intereses del mercado o, incluso, la adopción de medidas que iban en contra de las necesidades del pueblo, ha provocado que la gente se olvide de la socialdemocracia o que desconfíe de ella y cambie su fidelidad a opciones distintas, a diferentes modos de entender la política que unos llaman populistas si se trata de opciones de izquierda o de extrema derecha en el centro y el norte de Europa. La gente, el pueblo, los ciudadanos desconfían de quien en su momento les dio el Estado del Bienestar pero que ahora lo ven como uno de los cómplices necesarios para derribarlo. En esto ha tenido mucho que ver cómo se ha antepuesto la visión «estatal» de la política a las necesidades reales del pueblo, lo que en su momento se llamó «razón de Estado».

En España, el PSOE lo ha ido sufriendo desde que José Luis Rodríguez Zapatero se viera obligado a adoptar medidas de corte neoliberal, medidas que fueron el preámbulo de la crisis económica y de la crisis social que se cronificó gracias a las reformas impuestas por el Ejecutivo de Mariano Rajoy. La incapacidad de buscar el modo de frenar ese ataque frontal, por mucho que el PP tuviera mayoría absoluta, por hacer una oposición «leal» incentivó la huida de otra parte del electorado que aún se mantenía fiel pero que se convirtió en una víctima más de la crisis económica, es decir, lo que se dio en llamar la «clase media».

En medio de todo esto, el Partido Socialista entró en crisis interna, una de las más graves de su historia centenaria. Los malos resultados electorales, la pérdida de credibilidad, la amenaza de Podemos, las cuitas internas entre líderes, provocaron que se produjera la dimisión de Pedro Sánchez, la entrada de la Comisión Gestora, la abstención que ha permitido a Mariano Rajoy acceder a la Presidencia y, sobre todo, la división absoluta entre la militancia y una parte de la dirigencia, división que se trasladó al proceso de primarias en el que Sánchez arrasó a Susana Díaz y a Patxi López.

El 39 Congreso tiene que dilucidar muchas cosas si el PSOE quiere recuperar tanto el terreno como la credibilidad perdida. Pedro Sánchez, desde que se inició el proceso de primarias, ha prometido el retorno del Partido Socialista a la izquierda. El propio lema del Congreso es «Somos la izquierda». Para ello lo primero que debería hacer es una redefinición ideológica, olvidarse de los conceptos más cercanos a la socialdemocracia europea y, por primera vez en su historia, aportar algo al socialismo internacional, un modelo español centrado, en exclusiva, en los problemas de los ciudadanos. En segundo lugar, trasladar las palabras que saldrán del Congreso en hechos. Es cierto que el PSOE no está gobernando pero tiene una herramienta que, hasta ahora, ha utilizado en pocas ocasiones: la posibilidad de presentar medidas en el Congreso que obliguen al gobierno a aprobar leyes con las que no está de acuerdo y, por supuesto, desmantelar todo lo que el PP hizo en la legislatura de la mayoría absoluta. En tercer lugar, darle un giro de 180 grados a la propia estructura del partido y a su modo de relacionarse, tanto con la militancia como con la ciudadanía, ser un PSOE aún más abierto, tal y como ya hizo Sánchez en su primer mandato y que abandonó al comenzar la precampaña de las municipales de 2015. En resumen, el 39 Congreso tiene que hacer algo que ya ha hecho a lo largo de su historia: refundarse porque, en el caso de que no lo haga o quiera mantener algo de lo que le ha llevado al desastre, su destino está en la insignificancia.

En el 39 Congreso se están escuchando dos palabras: unidad y socialismo, palabras que ya se escucharon en Suresnes tras la dolorosa división del Congreso de Toulouse. En aquellos tiempos también se hablaba de la unidad de la izquierda para luchar contra el franquismo. La historia nos demuestra que en muchos casos se suelen repetir los procesos. Ahora España no vive en una dictadura pero sí que se viven en una situación cercana por los mandatos de los poderes supranacionales. Dos palabras: socialismo y unidad. El PSOE debe recuperar sus esencias, volver a incorporar factores que abandonó por su estancia en el poder o por asumir conceptos ideológicos inaplicables en España por un partido progresista. Por otro lado, la unidad no tiene que venir sólo de lo interno sino que el Partido Socialista tiene que unirse en un proyecto en el que esa unidad se focalice también en otras fuerzas de la izquierda, unidad, que no sumisión.

La política no suele dar segundas oportunidades ni lo partidos políticos tienen siete vidas. Por eso el PSOE debe aprovechar un Congreso que, hasta el momento, está siendo muy tranquilo, para reconstruir su proyecto y refundarse como organización.

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