A estas alturas de la precampaña electoral si una persona quisiese conocer qué ofrecen los partidos políticos tendría serias dificultades. Más allá de algunos aspectos técnicos, cualquier español no sabe qué quieren los candidatos para España. En algunos casos porque no saben ni lo que quieren ellos, otras porque, en realidad, en lo fundamental están todos de acuerdo.
Se sabe que hay fascistas (pero que apoyan al Estado de Israel y están metidos en lobbies sionistas); se sabe que hay rojos o, peor, marxistas (cuando nadie sabe ni qué es la estructura, la reproducción…); se sabe que hay extremos de un lado u otro; se sabe que unos van a derogar y otros a poner dos huevos más en la comanda, como si fuera el camarote de los Hermanos Marx; dicen que hay nacional-católicos cuando se cagan todos en la Doctrina Social de la Iglesia; apuestan a que unos van a nacionalizar todo, mientras otros privatizarán hasta el sol; todos se quejan de lo políticamente correcto o de la censura, cuando son los mayores censores sin ética de todos los tiempos.
Pedro Sánchez va a aumentar todos los ingresos, conseguir que las calles estén pavimentadas con oro; llegar a Marte en burro y sin casco de oxígeno; que los españoles le imiten y vayan sin ropa interior; un Falcon en cada puerta; y conseguir la paz mundial con su sola presencia. Alberto Núñez Feijóo va a derogar todo lo que ha hecho Sánchez y va a bajar todos los impuestos. Los españoles saben que ni lo que promete uno, ni lo que promete el otro es verdadero.
En los extremos Yolanda Díaz va a traer la felicidad; las risas; penes para los que sientan que la tienen pequeña; tetas para las mujeres que lo deseen; elevar los impuestos a todos los ricos; pedirá a Vladimir Putin que se comporte; y para rematar todo regalará una desbrozadora a cada español. Santiago Abascal, por su parte, eliminará todo lo que huela a gay; bajará aún más los impuestos que Feijóo; llevará agua a cualquier parte de España donde se necesite, haciendo llover si hace falta porque ni calentamiento global, ni leches; permitirá fumar en el médico; el brandy y el anís estarán subvencionados, más si es para un sol y sombra; y los tirantes será la moda de España.
Por suerte, salvo que lean esto y se animen, todo lo anterior es coña en la forma. Lo terrible es que no lo es en el fondo. Más allá de cuestiones técnicas de esta política o la otra, que siempre indican algo, no se sabe si son conscientes del contexto económico, político y social, local y global, en el que se manejan. Porque es importante que nos lo cuenten y encajen qué quieren para España en ese contexto. Unos con decir que están con el progreso, sin especificar qué significa progreso; otros con decir que defienden España, sin decir qué significa para ellos, van tirando y pasando elecciones.
Ni una sola apelación ética. Unos y otros acusando de pactar con los extremos al otro, pero tragando con lo que sea con tal de hacerse con el poder. Porque todo esto va de poder y muy poco de principios. En una época como la que nos está tocando vivir, no hay un solo análisis medio realista, por mucho que la ideología haga parte de la concepción, por parte de la clase política. Nadie nos ofrece qué visualizan, qué entienden, qué saben, qué intuyen, qué quieren para España y los españoles. Y en los medios haciendo seguidismo, dando vergüenza y viendo cómo son meros títeres del poder político.