Fuente: SA

Llega un día en que el hastío respecto a la vida política española colma las fuerzas de un columnista. Más si como es mi caso son columnas diarias donde intentó desentrañar, con un cierto toque de ironía, las vicisitudes de la clase política. Algunas personas me han pedido un análisis psicológico del vicepresidente segundo Pablo Iglesias, no es mal tema pero necesita cierta investigación. Más adelante saldrá. Que Pablo Casado se haya puesto, una vez más, el disfraz de presidente encargado me acaba aburriendo pues he escrito ese artículo unas veinte veces. Lo que me cuentan mis fuentes monclovitas tampoco tiene chicha y las cabezas que quieren cortar, si se puede, de momento deben seguir felices en su creencia de ser intocables. Tampoco como personaje Pedro Sánchez da para más, es demasiado unívoco para intentar un análisis profundo.

No es lo mismo estar en la pomada del día a día –cuando se podía- que siempre se logra alguna declaración, alguna confidencia o alguna metedura de pata de los políticos, que tener que observar lo que sucede desde una habitación debido a la pandemia de coronavirus. Podría hacer como hacen en otros lados y cortar y pegar una nota de prensa cualquiera, retocarla con dos frasecillas propias y a otra cosa. Sí, no se asusten hay periodistas que suelen hacer eso desde hace muchos años (hasta los hay que copian a otros medios). Podría hacer un resumen de la conferencia de la fundación Disenso de Vox con Tertsch, Timmermans o Girauta, pero tampoco es misión mía hacerles sufrir, bastante que lo he escuchado yo como modo de purgar mis pecados. Así que al final, frente a la pantalla de ordenador, no sé de qué hablar hoy.

Veo a las personas, como conté ayer mismo, hastiadas con la clase política en general. No encuentran, grosso modo, una luz que les permita guiarse. Tanta refriega por cuestiones banales, estúpidas o improductivas acaban cansado a la población y a los columnistas. Bueno, a los columnistas monotema –lo que coloquialmente catalogo como “su libro”- les da igual. Llevan publicando el mismo artículo con pequeñas modificaciones y ajustes desde hace décadas. A los “columnistas de partido” tampoco les supone un esfuerzo, con alabar la medida tal o al dirigente cual con una importante genuflexión salen del paso. Realmente no es que salgan del paso, sino que llevan así toda la vida y viviendo bien además. Pero si se intenta ser en cierto sentido ecuánime, llega un momento en que ves que te han robado las palabras. Careces de un conjunto de sustantivos, verbos, adverbios, adjetivos y pronombres para explicar lo que ya, de por sí, resulta cada vez más inexplicable.

Tampoco las redes sociales ayudan mucho. Están llenas de ciudadanos impecablemente implacables cuya única misión parece es sustraer las fuerzas del resto de las personas que cohabitan en las mismas. Son esos ciudadanos, abducidos por algún tipo de ideología, que muestran una forma ética impecable (lucha por la libertad, por la democracia, por lo que sea) pero que acaban actuando de forma implacable contra el disidente o, tan sólo, el que les lleva la contraria. En ese momento, pasan de ser santificados a agarrar a cualquiera para llevarle a patíbulo. Especialmente si se han metido con su gurú particular sólo les queda la búsqueda de la muerte civil del otro. Si el fallo lo ha cometido su gurú o alguien de su cuerda, entonces desaparece la ética, la irascibilidad y aparece la hipocresía.

Sólo queda mirar la calle desde la ventana para ver si llega algún tipo de inspiración. Mas la visión puede ser desoladora. Esa calle, pese a ver que está empapado el asfalto, te retrotrae a momentos donde la propia rúa escupía personas y coches. Hoy, parece habérselas fagocitado por culpa de la pandemia. No sirve esa mirada al exterior salvo para la melancolía de otros tiempos. Es una calle que no ofrece palabras para que las cojas al vuelo y con ellas componer cuatro o cinco párrafos que puedan tener algún tipo de significado para alguien. Es una calle muda. Lánguida. Por todo, ello, les vuelvo a comentar que realmente, hoy, en este momento, no sé de qué hablarles. Espero me lo perdonen.

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