martes, 30 diciembre, 2025

Tras el espectáculo ¿se ponen a trabajar?

Desde la antigüedad los pensadores, los hombres de gobierno (hombres porque a las mujeres no se las permitía gobernar) y hasta los teólogos más iracundos siempre tuvieron claro que el primer principio de cualquier república –desde la más sencilla ciudad-Estado hasta el Imperio que ustedes prefieran- es lograr el bien común. Pueden decir, y no faltarán a la verdad, que el bien común es muy diverso según las épocas, los políticos y la ideología de que se trate. Cierto pero, siempre hay un pero, dentro de ese bien común diverso siempre hay una primera obligación a partir de la cual desarrollar los aspectos diversos: la seguridad. Sin seguridad, que incluye la salud de las personas, no hay Estado, no hay posibilidad alguna de buscar el fin más deseado de ese bien común, no hay personas a las que gobernar o con las que confraternizar socialmente.

A Baruch Spinoza, por ejemplo, le preocupaba la fortificación de las ciudades-Estado y tener buenos embajadores para la existencia de paz. De ahí se podría generar la riqueza de la nación. Sin esa seguridad no cabía esperar generar riqueza alguna. Y sin personas saludables, como entendía  Johann Friedrich Struensee en Dinamarca, no podía haber fortificaciones, economía sana y libertad. Hoy en día la dirigencia política no habla de seguridad (salvo la extrema derecha de forma racista, es decir, seguridad contra el Otro, sea quien sea), no habla del cuidado de las personas en sí, no se preocupan por los fundamentos primeros de la palabra más gastada de todas las utilizadas, la libertad. Se asiste a un espectáculo constante de insultos, de medias mentiras, de “y tú más”, de ocultamiento de datos o informes, un espectáculo infernal que sirve para distraer a los espectadores con fórmulas agonísticas, pero que esconde que lo primero, el primer principio para la dirigencia no es la seguridad sino la economía. Hablan y hablan de medidas fito-sanitarias pero las decisiones que se toman acaban siendo siempre en favor de lo económico.

La semana que llega a su final ha asistido al espectáculo del neofranquismo en el Congreso. Un espectáculo que han aprovechado el resto de grupos parlamentarios, salvo el PNV, para insistir en su propio papel dentro de la función. El que era estulto, ahora es elevado a los altares de la derecha por un discursito muy de partido. Pablo Casado ganó su derecho a ser actor principal en la opereta que se representa. Discursos vacíos, huecos, efectistas y con mucho lugar común para ganar la cuota de protagonismo. Mientras tanto centenares de personas muriendo y miles enfermando sin que se tomen medidas, todo lo ajustadas a derecho que deseen, efectivas en pos del bien común. Isabel Death Ayuso ajusta los horarios de cierre de las actividades lúdicas y alimenticias (las laborales ni tocarlas) para no tener que ayudar a esas empresas y darles margen de maniobra… O lo que es lo mismo para que restaurantes y tabernas de tapas cuadren resultados y los borjamaris tengan donde salir.

El presidente del Gobierno, tras su discurso vaticanista, sigue haciendo vida política normal en la Unión Europea con cosas de cultura, de ecología y demás preocupaciones no esenciales para el bien común. No pasa nada, ya tiene las redes del PSOE para extender los lugares comunes de lo políticas efectistas que se van a aplicar… sin dotación económica en presupuesto alguno. Por lo que es como declarar la socialización del Universo sabiendo que casi nadie va a poder salir de la Tierra. Hay que concederle que está en busca de los millones de la UE que salvarán su gobierno, más el aumento de impuestos más reaccionario (porque aumentan los impuestos que pagan por igual ricos y pobres) de los últimos tiempos, porque en realidad no tiene la valentía de decir que no hay dinero en la hucha de Hacienda. Que se lanzaron a salvar empresas sin pensar si había dinero o no. Un dirigente que sea valiente le diría al pueblo la situación que hay. Pero como el camarlengo monclovita es de estimular los sentimientos antes de buscar el bien común, se acaba por no reconocer la realidad y escaparse por los cerros de Úbeda. Al fin y al cabo el espectáculo de la política lo permite.

Los demás, a sus batallas estériles contra ficciones o personajes ocultos que en realidad no son más que sombras o fantasmas personales. Si se fijan bien, da igual el partido al que pertenezcan, casi ningún dirigente político ha tomado decisiones efectivas que salven a la población. Ni a la economía porque a la pequeña burguesía de autónomos y pequeños y medianos empresarios los están dejando tirados desde las instituciones que tienen la posibilidad de ayudarles. Millones para Florentino Pérez, los que quieran. Para Juan el taxista rural, ni uno. Da igual que sea Death Ayuso o Juan Manuel Moreno Bonilla o Javier Lambán, las decisiones sólo llegan cuando la realidad les ha atropellado. Y son decisiones que no atajan las actividades de las personas realmente, sino que sirven para fingir que se hace algo. ¿Tiene algún sentido perimetrar poblaciones si se puede ir a trabajar todos los días en un metro atiborrado? ¿Tiene sentido cerrar la universidad impulsando que esas personas acaben en los bares porque éstos no se han cerrado ya que no tienen intención de ayudarles? ¿Tiene sentido estar peleando entre distintas instituciones estatales cuando se engaña con los datos? ¿Tiene sentido poder ejercer la soberanía y no hacerlo?

Si los pensadores que han antecedido a las generaciones actuales viesen lo que está sucediendo se alarmarían y con razón. Para ser libres hay que tener seguridad/salud. Sin salud no hay economía y por tanto no hay riqueza y por tanto no hay Estado y por tanto no hay servicios públicos y por tanto se llega a la distopía o al totalitarismo. Decían los pensadores que la democracia tenía como antítesis la anarquía. Y efectivamente sin seguridad y salud el resto de supuestos vitales para el bien común desaparecen y llega lo anárquico. Y ¿cómo pensaron que se resolvía la anarquía? Sin la libertad de la mayoría. Cuando desde la derecha dicen que las medidas de restricción del movimiento de las personas coartan la libertad de las mismas están escondiendo en realidad que para ellas y ellos el único bien común es que la economía de la clase dominante siga funcionando. Les da igual vivir en la anarquía del más fuerte (que ya se sabe en esta época quienes son), saben que a las malas se puede recurrir al autoritarismo (donde seguirían ocupando lugares políticos, claro). La diferencia es que hoy en día no hace falta dar un golpe de Estado para lo dictatorial, con aumentar las dosis de espectáculo (la época dorada de los sofistas), con alimentar los egos de los fieles y con controlar los medios de comunicación está todo hecho. Por algo los sabios de la historia eran sabios, se las sabían todas.

Los innovacionistas

Ahora que los franquistas han dejado de hacer sus cosas de franquistas y que por ello no hay que darles ni cuartelillo; ahora que los medios de comunicación de la clase dominante (prácticamente todos) intentan vender que Pablo Casado ha avanzado hacia… la nada realmente porque no hay que dejarse engañar; ahora es un buen momento para hablar de un sujeto social, por ende político, que puebla el mundo, los innovacionistas. Por no hacer el artículo demasiado largo y denso, se hablará de este sujeto transversal en términos políticos o lo que es lo mismo, cómo se comportan en el mundo de la política los innovacionistas. Término que está inspirado por algunos apuntes del profesor Gregorio Luri, aunque él no lo haya utilizado de esa forma, pero al que “robaremos” algunas ideas al respecto.

¿Quiénes son los innovacionistas?  Son el resultado de la inflación ideológica de lo deseable. Son el deseo hecho carne, por así decirlo, y cuyo único principio es el progreso por el progreso. Un progreso que es pura innovación, pura tecnologización, pero una completa carencia de visión de futuro (a lo máximo que llegan es al relato del día siguiente), por tanto un progreso sin meta, sin fijeza y sin recuerdo. En otras palabras la distopía. Cuando ustedes oyen hablar a derecha e izquierda que fomentan el progreso, que son progresistas (“Yo soy más progresista que nadie” podría ser su lema), cuando apuestan todo a la última moda política, ahí, en ese preciso momento, están ante un innovacionista. Ustedes se preguntarán que todo en la vida no tiene por qué tener una teleología, una final espiritual, una meta clara y definida. Cierto, pero una cosa es no tener una meta definida, en términos humanos-políticos, y otra es no tener meta. Bueno, los innovacionistas sí tienen una meta, proseguir en el poder pase lo que pase.

Como dice Luri, los innovacionistas viven “en la fascinación de la continua inminencia de lo nuevo […] La forma emergente tiene para ellos más fascinación que la forma realizada”. Por ello es normal que se desprecie cualquier logro del pasado (“Felipe González es facha y no hizo nada por España”, por ejemplo) y se vanaglorie cualquier nimiedad del presente. En cualquier manifestación o rebeldía los innovacionistas acaban viendo al nuevo sujeto revolucionario -cuando se sabe que no va a revolucionar nada pero hay que darle un toque para tapar las contradicciones de la gauche caviar– o la llegada de una nueva era de libertad y bonanza económica –esto es muy de la derecha innovacionista-. Al final todo son sucesos históricos, todo es lo mejor que ha existido hasta el momento, enterrando no sólo el pasado (del que aprender) sino el propio presente con todas sus determinaciones y tendencias, dando prioridad, como no podía ser de otro modo, al movimiento antes que la práctica.

Los innovacionistas cambian los dispositivos políticos de día en día. Si ayer lo ideal era hacer campaña en Facebook, hoy lo es el twitter, al otro en tik-tok y el futuro… ¿qué importa el futuro? Pero al utilizar dispositivos que no sólo son tecnológicos sino que tienen un alto componente social (como han explicado Giorgio Agamben o Alain Finkelkraut), acaban cayendo en nuevas formas de dominación. Si antes, dentro de un partido, la participación en asambleas, en grupos de trabajo o lo que se organice permitían el contraste de opiniones, la crítica o la denuncia de la falsedad. Hoy todo eso ha desaparecido insertándose en un dispositivo (el móvil, la Tablet, el ordenador…) que acaba controlando al afiliado en vez de darle un canal de participación. Desparecido el debate, aparecen los vídeos de innovacionistas loando al jefe de turno, criticando al otro, sin importar que lo que se diga sea contrario a la ideología que se dice defender y sin posibilidad de debate. Y sin debate no se conoce al Otro, no hay posibilidad de llegar a algún tipo de verdad relativa. La innovación histórica acaba siendo el autoritarismo.

Los innovacionistas son panglosistas, es decir, viven en un continuo optimismo ante lo nuevo. Da igual qué, pero la nueva moda es lo mejor. Si aparece una niña que se salta el colegio pero apuesta por el capitalismo verde y hacerse rica, se le invita. ¿Mañana? Ni el tate se acuerda de Greta Thunberg o de cualquier otro títere del sistema. Si hay que apostar todo a la tecnología verde, a la robotización, se hace sin parar a pensar qué sucede con las personas reales. Se quitan aceras para poner carriles-bici porque es lo nuevo y todas las personas deberían ir en bici (en una España que la que no existen las cuestas debe ser). Si hay que inventar dinero se inventa para que los bancos o las empresas no se arruinen. ¿Las personas? No parecen existir, sólo hay perfiles de redes sociales. Fíjense que los innovacionistas han acabado por acaparar la administración pública. Desde el Estado se exige a la ciudadanía estar enganchado a un dispositivo tecnológico. No importa que se sea anciano o no se tenga dinero suficiente para renovar los equipos. Hoy si se quiere hacer cualquier papeleo, o se hace con firma electrónica o se pierde la oportunidad de acceder a becas, ayudas, etc. No sólo eso, existe la obligación de tener un teléfono a ser posible móvil para mandar comunicaciones. ¿Ven cómo se acaba dominando y controlando? Todo esto es obra de innovacionistas que no piensan en el ser humano como lo que es, humano. Hay que llenar todo de algoritmos, robots, máquinas y más máquinas para producir, de forma verde eso sí, productos que… ¿al final quien los va a consumir sin seres humanos?

Los innovacionistas, que como habrán comprobado son postmodernos, no entran jamás en contradicción. Lo que ayer se dijo es pasado, es la inanidad completa, sólo importa lo que se diga hoy. Y como lo de hoy mañana no tendrá valor, entran en una espiral de la completa autocontradicción que les permite erigirse todos los días en los campeones de lo bueno-nuevo. Como todo es movimiento no hay posibilidad de análisis y por ende de control de las cúpulas dirigentes, con lo que se llega al bonapartismo político tecnológico. Culto al líder, desaparición de la crítica, carencia de análisis, idealismo constante basado en datos y más datos completamente desagregados y sin ligazón y una constante repulsa hacia la realidad. Que no sólo es tozuda sino que no avanza al ritmo y los deseos de los innovacionistas. Pero no se preocupen, para ello tienen dos recursos: uno, recurrir a un lenguaje que no entienden ni ellos pero de carácter supuestamente científico; y dos, recurrir a eslóganes del pasado, incluso a palabras con raigambre (como lucha de clases, biopolítica…), para aparentar que existe algún nexo de unión con la historia –esa misma que no existe para los innovacionistas, salvo si sirve para utilizarla contra alguien-.

La política actual está plagada de innovacionistas. Los pueden ver a derecha e izquierda. Se conoce también a los innovacionistas porque a quienes piden análisis, debate, crítica, materialismo los califican de reaccionarios (a derecha e izquierda), anticuados, desubicados… Y todo porque no acaban de entender, como hacen los innovacionistas, que lo que hoy sucede es histórico, cuando con suerte será una nota al final de los libros de historia del futuro… si es que quedan libros e historiadores. De historicidad en historicidad acaban por ser un mecanismo ideológico perfecto para la clase dominante. La cual, por cierto, no se mueve, sigue ahí acumulando y acumulando sobre sociedades que están en el límite de ser completamente pobres pero enganchadas a la tecnología. Decía Louis Althusser que el marxismo no era un humanismo (ni un historicismo), pero lo de los innovacionistas va más allá, porque les importa todo lo humano sin humanismo y sin materialismo. Eso sí, todo lo tratan como un acontecimiento que cambiará la vida de las personas pero ¿han preguntado a las personas qué quieren o lo saben porque se lo han dicho desde los aparatos ideológicos de la clase dominante? Los innovacionistas son los intérpretes del espíritu de época, da igual si son individualistas, colectivistas o medio-pensionistas, ellos interpretan y castigan a todas aquellas personas que les dicen no. La distopía ya está aquí.

Mentiras de la derecha sobre la elección de la judicatura

Charles Louis de Secondat, señor de la Brède, barón de Montesquieu, está siendo recordado constantemente por la derecha política y mediática ante la intención del gobierno de rebajar el nivel de mayoría para la renovación de los cargos del CGPJ. Una afrenta, dicen, que lleva a España hacia una dictadura –les falta añadir comisarial- porque conculca los principios establecidos por el barón citado en su libro El espíritu de las leyes. Montesquieu, quien no era precisamente un demócrata (el pueblo quedaba excluido siempre de cualquier opción política), estableció con gran influencia que los tres poderes del Estado –porque creyó ver tan sólo tres poderes, algo discutible-, el legislativo, el ejecutivo y el judicial debían estar separados… Hasta aquí es donde leen los columnistas incultos u osados de la derecha porque evitan decir que esos tres poderes estaban relativamente separados pero se controlaban unos a otros. Curiosamente Montesquieu veía peor que existiese un poder ejecutivo emanado de un parlamento, a que los jueces fuesen nombrados por el rey, el parlamento o ambos poderes. Citan al francés sin haberlo leído, comprendido o taimadamente tergiversado.

Añaden los medios cavernarios, las huestes todólogas, los leguleyos de cuarto de página y, ¡cómo no!, Pablo Casado que desde Europa critican que el cambio que pretende hacer el Gobierno atenta contra la democracia y vulnera cierta ética. A más aparece una carta del GRECO (Grupo de Estados contra la Corrupción del Consejo de Europa) donde se señala que la iniciativa se “aparta de las normas del Consejo de Europa y puede violar las normas anticorrupción”. En realidad no es el GRECO sino su presidente, el croata Marin Mrčela, quien pide al gobierno que consulte con las instituciones europeas y, a ser posible, posponga la iniciativa legislativa. Auspiciado por la derecha se señala a España desde un órgano anticorrupción, no de alma legislativa, como conculcador del espíritu democrático europeo. Entonces ¿ha enviado el señor Mrčela una carta a cada responsable de la Unión Europea donde los distintos jueces son elegidos por el poder legislativo o ejecutivo sin mayorías cualificadas?

El propósito del Gobierno es un error, como lo es la propuesta del PP o todas aquellas que dicen que los jueces se elijan entre ellos. Como se ha explicado en estas páginas, y parece que ha copiado Íñigo Errejón días después, la selección por los grupos políticos no permite “proporcionalidad social”; la elección entre el personal jurídico conlleva discriminaciones territoriales (no nacionalistas), discriminaciones por rama jurídica, más las posibles deudas a pagar a los que apoyen a cada candidato; de ahí que el sorteo o la aleatoriedad sea  la mejor fórmula de independencia e igualdad entre pares. Pero que las propuestas sean erróneas no quiere decir que conculquen presupuestos democráticos si las comparamos con la elección que hacen en otros países de los altos cargos de la judicatura… a dedazo más salvaje que en España cabe avanzar.

En EEUU, esa que califican como patria de la democracia, la elección de los jueces depende del estado federal o de la propia federación. En algunos lugares se elige mediante elecciones donde participa la ciudadanía, aunque hay que señalar que sin el apoyo de alguno de los dos partidos es complicado acceder al cargo; en otros directamente son elegidos por el sacrosanto dedo del gobernador o alcalde. Ninguna independencia judicial. A nivel federal en EEUU, los jueces del Tribunal Supremo son elegidos, a propuesta del presidente, por el Senado mediante mayoría sencilla y el cargo es vitalicio. ¿No existe politización de la Justicia? En realidad depende de las personas que accedan al cargo, como sucede en cualquier lugar. Si quieren y tienen tiempo, para todos los fanáticos de las series, podrían ver la australiana Janet King y así comprobarán la politización de la judicatura en otras democracias. Mayor que en España.

En Europa, Francia tiene un Consejo donde las personas que lo componen son elegidas por los altos miembros de la judicatura, el Consejo de Estado, los colegios de abogados, el presidente de la república, el presidente de la Asamblea Nacional y el Senado. Esto para los jueces de las altas instituciones judiciales, el resto de jueces los elige el ministro de Justicia con el visto bueno de ese Consejo Superior de la Magistratura. Vamos que los políticos meten mano en la Justicia. En Alemania el Tribunal Supremo es elegido por parte de una comisión en la que están los ministros de Justicia de los Länder (consejeros autonómicos para que se entienda en términos a la española) y una representación del Bundestag (Congreso). Los miembros del Tribunal Constitucional son elegidos, una mitad por el Bundestag y la otra por el Bundesrat (Senado). Elegidos por los políticos ¡madre mía! En Austria es el ministro de Justicia, en solitario, quien elige los cambios en el Tribunal Supremo a petición de los altos dirigentes del mismo. En Bélgica, el sistema es mixto. 22 jueces elegidos por los jueces del país y el resto de sus miembros (otros 22) elegidos por el Senado (abogados, personas de la sociedad civil o lobbies y profesores de universidad). En Italia está hasta el presidente de la república incluido como presidente de ese Consejo eligiendo los jueces dos tercios y el otro tercio el Congreso. En Gran Bretaña, madre de todas las democracia, se selecciona a los jueces la corona a petición del primer ministro (le dan los nombres mediante una comisión de políticos). Y así en todos los países que ustedes consulten hay una implicación política.

¿Por qué el señor Mrčela se preocupa de que en España haya peligro de corrupción pero calla sobre lo que sucede en el resto de Europa? No hay más explicación que la política porque la estupidez humana en su caso podemos descartarla. Como deben estar aburridos en el Consejo de Europa y el grupo GRECO la han tomado con España por este motivo mientras se bajan los calzoncillos o las bragas con los países más poderosos (económicamente). Mientras tanto en la propia España vemos a toda una caterva de mastuerzos de la opinión que señalan carencias democráticas en un mecanismo que, en comparación, hasta es más democrático que en otros países. Países con los que tienen sueños húmedos esos columnistas de la nada, por cierto. El PP europeo mueve sus hilos para hacer política en España, pero no se han percatado que su candidato ibérico es un estulto que sólo tiene apoyo en la derecha por descarte (no gustan los otros). En cuanto hay un gobierno mínimamente de izquierdas en un país, la derecha fraternalmente se mueve para hacer oposición hasta desde las instituciones europeas. Por cierto, ¿los parlamentarios socialdemócratas e insumisos qué hacen que no protestan con argumentos parecidos a los de este artículo?

Comentarios sobre la moción franquista

Al franquista ni agua. No se le debate, se le combate y se le echa de las instituciones mediante la ley.

El casoplón del fachorrón

Según han podido descubrir las buenas gentes de Infolibre, el dirigente de la formación ultraderechista Vox ha ocultado al Congreso la compra de una casa mediante escritura de más de 700.000 euros. Lo que viene siendo un casoplón con todas las de la ley. Una ocultación que es contraria a la obligatoriedad de dar a conocer cualquier cambio en las propiedades de diputadas y diputados. Más allá de esa falta y ocultación cabe recordar que las huestes voxistas han hecho de la tenencia de “propiedades de lujo” una de las armas contra las personas de izquierdas. Entonces ¿ahora qué? ¿El casoplón del fachorrón no es malo?

Que Santiago Abascal no ha pegado un palo al agua en su vida es harto conocido. Que lleva viviendo de las mamandurrias y el escaqueo tampoco. Ahora bien ¿tanto dinero genera la política para tener las propiedades de lujo que tiene? O ¿piensa estar en política toda su vida para abonar las hipotecas y vivir a todo trapo con un sueldo de diputado? Es conocido que hay diputados que llevan toda una vida saltando de cargo en cargo, de todos los partidos, que no tienen la posibilidad de hacer esos gastos en casoplones. Quienes lo han hecho, por cierto, o han caído en las redes de la corrupción, o siempre han existido ciertas sospechas sobre “favores” que pueden haber recibido.

Cuando Pablo Iglesias e Irene Montero compraron su casoplón en Galapagar, con un daño de imagen que no han llegado a superar, se cuestionó desde la propia izquierda por incumplir su discurso ético, no la legitimidad que pudieran tener en hacerlo. La estética arruinó la ética. Esa crítica es legítima por el discurso de los propietarios de Galapagar. Más allá de eso, sin embargo, desde la derecha, que tiene mucho que callar siempre, se habla y no para de “los marqueses de Galapagar”, de “los Ceaucescu” y les hacen visitas guiadas a su casa para insultarles. Todo ello jaleado por la prensa cavernaria y los columnistas de la todología patria. ¿Dónde están ahora para criticar el casoplón del fachorrón?

Parece que para las gentes de derechas, las personas que se identifican con la izquierda deben vivir debajo de un puente, no se deben lavar –por no gastar agua parece-, no pueden leer, no pueden hacer nada que se asemeje a los hábitos y conductas de la clase dominante. Lo cual es estúpido pues no hacen más que promocionar ese estilo de vida como mecanismo de reproducción social y, por ello, dominación. Sin embargo, las gentes de derechas se pueden comprar lo que sea, cuando sea y de la forma que sea tan sólo porque “son de los nuestros”. Como se dijo párrafos antes, no dirán en los medios cavernarios ni una sola palabra del casoplón del fachorrón pese a que su vida laboral está vacía. Cuando hacen una crítica a los excesos de la clase política, en realidad, lo hacen a la posibilidad de que los políticos de izquierdas adopten una forma de vida igual a la de los de derechas. Molesta que salgan la ministran en Vogue, en Hola y que se compren casoplones porque, al fin de cuentas, es entrar en espacios reservados a la élite y sus mandados políticos. Por eso no dirán nada, porque Abascal es uno de los suyos.

Desde la izquierda que los políticos que se presentan por partidos de la izquierda hagan eso mismo es condenable tanto como si lo hacen aquellos que se presentan por los de derechas. La ética de la austeridad, que no significa vivir mal, que siempre ha estado del lado zurdo del pensamiento, entre otras cosas porque el boato y el lujo son distinciones de una clase antagónica, sirve para condenar a los propios y a los contrarios. Que los políticos españoles compitan por ver quién tiene la casa más grande supone que viven realmente alejados de la realidad que les rodea, de la situación que viven millones de familias en España. Da igual a derechas o izquierdas, si es Abascal, Iglesias, Sánchez o Casado –otro que está construyendo un imperio urbanístico-, siendo políticos profesionales como son ¿por qué amasan propiedades sin saber qué les deparará el futuro ya que la política debería ser efímera? La mayoría de españoles no puede ni soñar con casas de un millón de euros, o de medio millón, y ellos gastan como si el salario lo tuviesen garantizado de por vida. Pero esto no verán que lo critiquen en la prensa cavernaria… al menos el casoplón del fachorrón Abascal.

Impresentable subida del IVA a los libros por parte del Gobierno

Las arcas del Estado están con telarañas, no se sabe cuándo llegarán los fondos europeos que se observan como el maná, de ahí que hayan decidido aumentar los impuestos indirectos (esencialmente el IVA) que son aquellos que pagan por igual los ricos y los pobres. Una medida muy ortodoxa que afectará a la hostelería, el transporte, el ocio y la cultura tal y como han recomendado desde la Airef. En otras palabras, los menos pudientes no deben tomar cañas, no deben utilizar taxis –VTC sí que para eso no pagan los impuestos en España-, no debe ir al cine, ni comprar libros. El argumento para esta subida impresentable que se plantean Nadia Calviño y María Jesús Montero es el siguiente: “Los tipos reducidos, al disminuir los impuestos al consumo, benefician en una cuantía mayor a las rentas altas, que son las que más gastan. Este efecto se acentúa en aquellas partidas de gasto a tipos reducidos que más consumen los hogares de rentas altas (restauración, paquetes turísticos, hostelería, libros, jardinería…)”. Si usted no es clase pudiente no compra libros, ni toma cañas según esta visión clasista del consumo.

La ministra Calviño no se ha escondido y ha dado el visto bueno con estas palabras: “No es que estemos subiendo el IVA, estamos quitando una bonificación o un IVA especialmente reducido para algunos productos, por no considerar que sean productos cuyo consumo tengamos que incentivar, a diferencia de los de primera necesidad”. En casa de Calviño no leen y por ello piensan que los demás españoles tampoco lo hagan. De hecho cuanto más incultos mejor para manejarlos, típico argumento de la derecha de toda la vida. Además de la mentira que supone el decir que se quita una bonificación, porque en el IVA hay numerosos tramos y productos a los que se puede subir o bajar el impuesto libremente. No hay una bonificación al pan, por ejemplo, sino que la UE permite que se le asigne una cuantía menor o mayor.

Si se toma como ejemplo el tema del aumento a los libros, es curioso que se suba el impuesto a aquellos que se editan en papel, pero no a los libros electrónicos. Lo cual acaba por desmontar el propio argumento de la ministra sobre la necesidad o no y las clases altas o no. En principio quienes tienen un e-Book o libro electrónico (cuyo coste va entre 100 y 200 euros) no son precisamente familias ni personas de rentas bajas, mientras que quienes compran libros pueden o no tener una renta alta. Curiosamente, los dos libros electrónicos más utilizados pertenecen a dos empresas: uno llamado Kindle que pertenece a Amazon y otro que se llama Tagus que pertenece al grupo Planeta. ¿Se fomenta de esta manera a estas dos empresas en detrimento de los libreros que venden en papel? Porque la sola mención de que el IVA va a ser aumentado afectará en las ventas de esas familias de autónomos que dedican horas y estudio a su negocio (libreros y editoriales pequeñas). Sin olvidar que, por mucho que esos aparatos electrónicos tienen una luminosidad muy trabajada, afectan directamente a la vista de las personas que los utilizan en mayor medida que la lectura en papel. No sólo dejan a los pobres sin libros sino que les incentivan para quedarse ciegos.

¿Son los libros productos de primera necesidad? Evidentemente no se comen y no alimentan el cuerpo, pero sí son el único alimento del alma, del espíritu, de la formación del ser. En el Gobierno, por mucho que aparezcan los días señalados mostrando libros, es evidente que se mira a esa parte de la cultura como algo superficial. Si para la izquierda de todas las épocas que las personas tuviesen acceso a la cultura para poder ser autónomas y liberarse de las ataduras del sistema –además de procurar cierto ascenso social, que dirían los socialdemócratas-, para los postmodernos parece que es malo que las personas se culturicen. Mejor que vean series en plataformas de pago (a las que no tienen acceso), mejor que vean telebasura, mejor que no salgan a la calle a confraternizar, mejor que no piensen y hagan caso tan sólo de los que le digan los autoerigidos.

https://twitter.com/culturagob/status/1318587421282455553?s=20 El ministro José Manuel Rodríguez Uribes mientras tanto a sus cosas sin pestañear en este tema. Mandar a la ruina a miles de libreros y editores debe ser que no es competencia del ministerio de Cultura. Si al frente del mismo estuviese un malandrín del aparato del partido que está ahí por algún pago, como cuando estuvo Esperanza Aguirre que no sabía quién era Saramago, se entendería. Pero este hombre ha crecido y se ha hecho persona gracias a los libros. Incluso ha escrito algunos. ¿Cómo puede estar callado ante tamaña ofensa a la Cultura? Una persona igual puede ahorrar para gastar 20 euros en un libro pero si se lo aumentan a 25 igual no puede comprarlo, mientras que a un rico le da lo mismo ese pequeño aumento. Al final se establece una cultura para élites, una cultura de clase dominante, eso sin hablar de la manía de los innovadores que quieren al ser humano enganchado a cualquier apéndice electrónico –es lo que debe defender en el mensaje de más arriba-. Sea un teléfono móvil, una tablet o un libro electrónico. Es inhumano ese tipo de propósito de un ser lleno de ortopedias electrónicas que acaban por controlarle. Esto lo sabrían si leyesen libros claro, por eso igual los machacan… El IVA que afecta a las constructoras, por cierto, no se sube y es superreducido ¡qué extraño! ¿O no?

¿Ganará Casado la moción de censura que le presenta Vox?

Esta semana se va a producir una situación curiosa, el Gobierno en pleno va a estar encerrado dos días en el Congreso, sin atender sus obligaciones, más en este tiempo pandémico, por culpa de una moción de censura que se presenta… contra otro partido del hemiciclo. A nadie se le escapa que la moción de Vox, más allá de las bravuconadas y aullidos en el desierto que suelen proferir, no se presenta contra el presidente Pedro Sánchez y su “gobierno socialcomunista” –calificarlo así ya es surrealista- sino contra Pablo Casado y su inestable PP. No es la primera vez que se presenta una moción contra el gobierno sino contra la oposición desde la oposición. Cosas de la “nueva política” cuyo adanismo les lleva por la calle de la amargura. Si en la primera gustó más la censora (Irene Montero) que el aspirante (Pablo Iglesias), en esta ocasión apunta a que los gustos van a estar parejos, no gustará nadie. Si en la primera, la moción supuso la caída en picado en la intención de voto, en esta ocasión… He ahí el dilema.

Sánchez y el resto del gobierno acuden por obligación, aunque sea simbólica, pero podrían dedicar las horas de estupideces que se van a escuchar en aras del populismo de ultraderecha a cuestiones mejores. Iglesias, por ejemplo, a terminar de ver una de esas series que son su inspiración. José Luis Ábalos a planificar una red ferroviaria decente y transversal, por ejemplo. Alberto Garzón a repensar o rezar un rato que lo tiene abandonado. Y así todo el resto del gobierno porque, lo que digan desde la ultraderecha, ni les va, ni les viene. No deberían ni responder. Con salir y decir “Pues vale machotes”, tendrían todo el trabajo hecho. Total, los discursos de los voxeros van a ser un refrito de discursos de Onésimo Redondo, de Blas Piñar (le fascina a Santiago Abascal copiar partes de sus discursos) y de Gustavo Bueno –algo que alegrará a la extensa red de buenistas que se sitúan a derecha e izquierda-.

El problema lo tiene Casado realmente. De momento el verso suelto –aunque llamarla verso es un atrevimiento-, Cayetana Álvarez de Toledo, ha afirmado que hay que votar que sí. ¿Los motivos? Igual compadreo tradicionalista, igual está viviendo en el siglo XVIII mentalmente, o lo dice por tocar las narices al presidente de su partido. Pero si hasta Carlos Herrera ha dicho que es un error la presentación de la moción y que el PP no debe entrar al trapo, el peligro para los peperos es evidente. El dilema que se le plantea a Casado es cómo criticar al gobierno (que lo hará) sin que parezca que apoya las tesis de la ultraderecha. Si tuviese valentía y ética democrática diría que a las fuerzas de ultraderecha ni agua porque antes está la defensa de la libertad y la democracia que la posibilita. Y a sentarse. Vamos, lo mismo que dice contra Podemos pero aplicado a la derecha. El presidente pepero, sin embargo, no tiene esa valentía y por tanto entra en un dilema complejo.

Como se sabe que carece de capacidades intelectuales y su oratoria es más bien pobre –sólo repite aforismos y frases hechas que le escriben-, incapaz de hilvanar dos frases con sentido y sin errores, lo más probable es que acabe haciendo de monaguillo congresual de lo que digan los voxeros. Es decir, se apuntará al “y yo más” olvidando ofrecer un discurso de corte liberal, con fuerte compromiso ideológico y lejano al populismo. Ya lo hizo en la reunión de Colón, a donde acudió para empujar, dar codazos -esto más bien Cristiano Brown el de esa cosa etérea que dicen que existe y se llama UPYD-, por no parecer menos patriota que los demás. En aquella ocasión le costó unos millones de votos, no tantos como al andoba de Ciudadanos, pero unos cuantos en favor de quienes hoy le presentan la moción. Si elige parecer más de derechas que nadie ganarán los que son más de derechas que nadie desde el principio.

Igual, aunque esto asombraría, los asesores de Casado piensan, recapacitan y le dan para que se aprenda un discurso sobrio pero radical –como le gusta a Jorge Vilches– que le aleje del histrionismo que suele ofrecer. Él y los voxeros. Un discurso donde, desde su subjetividad, ofrezca una crítica al gobierno y una alternativa a la sociedad. Porque contar con el apoyo de la mayoría de medios de comunicación en España no es suficiente si lo que se dice son banalidades y lugares comunes. Menos aún si lo que se ofrece es más de lo mismo respecto a lo que ofrecen desde la ultraderecha. No vale con catalogarlos de populistas, de falangistas, de reaccionarios, hay que tener valentía para hacerse con la moción y los medios puedan ofrecer algo a sus lectores para ganar su confianza. Al menos por la derecha. No lo hará porque le puede el ego, la incapacidad intelectual sublimada en soberbia. Por ello se echará al monte intentando batir más piezas que los verdaderos monteros. ¿Ganará la moción Casado? Pinta a que no… lo que supondría su muerte política y reemplazo.

Cuando los bebés se compran, se tratan como pura mercancía

Ayer comenzó el juicio que ha de dirimir si los hijos comprados por Miguel Bosé y su ex-pareja Nacho Palau son hermanos o no lo son en virtud de la genética y de la compra de los mismos. Puede parecerles exagerada la utilización del término compra, pero no es más que el reflejo de la verdadera situación. Bosé se “compró” con su esperma dos hijos mediante los vientres de alquiler y Palau otros dos. Al llegar la separación de cuerpos y almas hicieron con ellos lo mismo que con otras mercancías, repartirlas entre ambos como si fueran servilletas, un cuadro o una cubertería. Estos que son míos, para mí. Y estos que son tuyos, para ti. No hay seres humanos sino mercancías compradas fuera de España porque aquí es ilegal utilizar a una mujer para que geste mercancías humanas genéticamente propias.

Cuando, incluso desde el gobierno (sección morada), se afirma que los vientres de alquiler –gestación subrogada no es más que un eufemismo para que no se compruebe la esclavitud a la que se somete a una mujer- son un derecho no se hace en el sentido de derecho humano, sino de derecho de propiedad. Y como bien saben para los liberales de todo color y signo, el derecho de propiedad es una entidad sagrada. Ninguna persona tiene derecho en sí a procrear, tiene la posibilidad natural o jurídica (adopción) de tener descendencia. Sin embargo, el esencialismo postmoderno, la necesidad de pureza genética (algo muy liberal del siglo XIX) quieren colar como humano lo que no es más que una pieza más del mercantilismo extendido hasta la esclavitud… de las mujeres otra vez.

Que dos personas se dividan los hijos como mercancías debería ser suficiente para que cualquiera, con un poco de raciocinio, compruebe que los vientres de alquiler no es más que otro mercado donde la explotación del cuerpo de la mujer se naturaliza en base a deseos, los cuales bajo el capitalismo se entiende pueden ser comprados si se posee el dinero suficiente. La mujer y los niños comprados no son más que objetos, en ningún caso son seres humanos con derechos humanos. Para cumplir los deseos de un hombre, la mujer tiene que perder sus derechos y los descendientes acaban teniendo la consideración de mercancía, de lujo (¿cobrarán un IVA de superlujo?), pero mercancía al fin y al cabo. Explotación del cuerpo de la mujer (como sucede en la prostitución, por cierto), que es tratada como un mero medio de producción, una máquina de parir, una gestante inanimada, hasta que se gasta y se cambia por otra máquina –con la salvedad de ser humana- y unas mercancías que se pueden devolver si vienen defectuosas. Esto y no las moñerías que intentan vender desde el gaycapitalismo son los vientres de alquiler.

Los deseos de unos pocos transformados en derecho por santa postmodernidad. Algo que, por muy nuevo que lo intenten vender, huele a rancio. Tan rancio como la esclavitud donde seres humanos son tratados como mercancía y/o medio de producción. Tan rancio como imponer los derechos del hombre sobre la mujer en base a una potencia peculiar (en este caso el dinero). Tan rancio como pensar que las mujeres tan sólo son seres gestantes ad maiorem gloria de la raza. El caso Bosé-Palau, que será tratado como alimento de baja calidad con lo que llenar los paladares menos exigentes, es realmente una muestra del tratamiento mercantil de los menores y las mujeres.

La política no es una serie

La política no es una serie de televisión (o plataforma televisiva) es algo bastante más importante. La teatralización del mundo del poder ha sido una constante a lo largo del tiempo. El juego de máscaras ha servido a los poderosos desde hace mucho tiempo para esconderse tras artefactos ideológicos. Ora la religión, ora la cultura, ora el humanismo-liberalismo. De hecho cierta teatralización de la política es hasta saludable para no caer en el tedio de una élite que, casi siempre, se regodea en sus cosas de políticos. No hace falta llegar a la pompa de origen protestante, especialmente anglosajón, pero hacer amena y comprensible la política mediante juegos simbólicos es parte de su ser. Lo que existe en estos tiempos es un salto cualitativo hacia la completa separación de los órdenes sociales en el plano simbólico y, por ello, humano. Al transformar la política en una serie televisiva, algo que conviene a la clase dominante, se pierde todo el sentido lógico que debería ser el principio rector de la misma.

Hoy en día no hay discurso político que se sostenga más allá de una semana. En ocasiones el discurso no aguanta ni días en virtud de una sobreactuación que busca solamente la emotividad del espectador. Y como cualquiera que haya frecuentado algún teatro o haya visionado alguna película, el personaje que sobreactúa hace gracia al comienzo y acaba por ser odioso al finalizar la obra. Así es como es cansancio abate las almas y se distancia del mundo político. La desgana, la indiferencia o la desidia siempre son antesala de tiempos oscuros. Lo fueron en la Edad Media cuando se esperaba la llegada del apocalipsis y la segunda venida de Cristo. Lo fueron en la época contemporánea antes de la llegada de los fascismos. Y comienzan a serlo hoy en día, en mitad de pandemias y crisis económica permanente (para los de abajo), cuando no se sabe bien qué llegará. Algo que no parece mejor que lo actual. Robotización que expele al ser humano de la producción. Algoritmos que eligen por cada ser humano. Riqueza sostenida sobre una base completamente imaginaria (no otra cosa es la valoración bursátil y la generación de dinero de forma artificial). Sociedades destruidas por la censura de la diversidad de los ofendidos…

En el plano español y en términos políticos la situación es de una absoluta decadencia. No es que el “régimen del 78” se esté derrumbando para dar paso, de forma transformadora o revolucionaria, a un nuevo régimen que se atenga a una mayor profundización democrática. Es que se camina hacia ningún sitio. Desde la caverna mediática se señala que son los partidos de izquierda los culpables de caminar hacia un régimen totalitario. Tendría su lógica si no fuese porque desde el PSOE se viene trabajando en el mantenimiento del sistema económico y la estructura de poder. Tendría su lógica si no fuese porque desde Podemos se está luchando por sostener algunos derechos –aunque desde el feminismo se les critica, con toda la razón, de conceder privilegios a cambio de destruir a la mujer como sujeto social-. Tendría su lógica si hubiese una multitud respaldando un proceso de cambio radical, cuando a lo máximo que se llega es a pedir un referéndum sobre la república. Si se quita las arrobas de paja que existen en la política actual, el gobierno está sosteniendo al régimen del 78. El problema es que, en algunas ocasiones, están sobreactuando y teatralizando todo y se pierde el hilo argumental. Si es que existe en realidad y no es sino un trasunto de emotividades al gusto del camarlengo monclovita Iván Redondo. Si de algo se puede acusar a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias es de conservar el sistema sin discurso.

Bien al contrario, son los actores secundarios los que están tomando el mando del proceso teatral. Cambian la trama constantemente haciendo que los protagonistas –al menos quienes deberían ser los protagonistas- se plieguen a sus trampas argumentales. Desde la ultraderecha reaccionaria atacan en una batalla cultural para la cual el gobierno carece de bases sólidas y se deja enmarañar con tramas no principales. Desde el PP, Pablo Casado, un actor sobreactuado siempre, junto a una actriz histriónica como Isabel Death Ayuso, acaban llevando siempre a su posición a los protagonistas. El problema es que hay una completa ausencia de discurso y nadie señala que hoy dice una cosa y mañana la siguiente Casado. Ayer no quería renovar el CGPJ, hoy pone condiciones y mañana a saber qué propondrá. Como esas series en las que hay giros del guión día tras día y acaba por no entenderse nada, el PP ha tomado el hábito de vivir en un macguffin permanente, mientras por detrás va destruyendo las bases del régimen del 78. Fíjense que Carlos Herrera ha renovado su contrato con COPE vinculado a que siga el gobierno de coalición en el poder. Si cayese en cualquier momento, entiende que su personaje en la serie ya no tendría sentido. Y no es porque se luche por sostener el régimen del 78, sino ciertos privilegios mientras el resto del armazón se entrega al expolio de la clase dominante.

Casado, como en las obras de restauración, deja la fachada pero cambiar completamente el armazón del edificio. Un cambio que sólo reporta beneficios a la derecha, como es lógico. Sin necesidad de discurso, de guión estable, pero con cargas de profundidad ideológicas, va captando el protagonismo de la serie, mientras los protagonistas siguen su estela en lugar de sostener una fuerte posición ideológica. La clase dominante, desde su palco, observa con tranquilidad esa obra, aburrida, pero tan emotiva que les acabará reportando numerosos beneficios. No se dejen engañar, la destrucción del sistema que ha dado a España sus 40 años más estables y democráticos no es culpa de Sánchez, es de la derecha. Son malos actores y actrices pero su histrionismo acaba captando la atención a la par que destruye la función. Un juego simbólico que, empero, deja su poso en la mentalidad de las personas.

A todo ello hay que sumar que, todos y cada uno de los intervinientes, han tomado como ejemplo político las series televisivas. Nada de ver el mundo real, nada de analizar la materialidad. Redondo piensa que está en The war room. Casado que está en House of cards. Santiago Abascal piensa que es el protagonista de las novelas de machotes de Arturo Pérez Reverte. Iglesias a saber porque ve tantas series que un día se siente protagonista de Juego de tronos y otros de Veneno. El problema es que en las series los personajes pueden fallecer y aparecer en otras series. El ser humano detrás del personaje no muere, pero en la vida real los personajes mueren, pasan hambre, tienen problemas para acceder a un trabajo digno y suficiente, sufren por el futuro de las hijas e hijos… viven una materialidad que nada tiene que ver con las series de televisión que tanto gustan a la clase política. La política no es una serie, es algo más importante porque está en juego el bien común. Y el principal bien común es la vida misma.

Libro destacado: Los viejos creyentes, de Peskov

Comienza una nueva sección semanal en la que se destacarán ciertas obras, novela o ensayo, entre aquellas que sean novedad durante la semana (o el mes, según la editorial). En esta ocasión se ha seleccionado como destacada la obra de Vasili Peskov, Los viejos creyentes de la editorial Impedimenta. Más abajo tienen lo que la editorial destaca, en este caso además con un booktrailer, pero de forma subjetiva y sin haber podido leer aún la obra, con total probabilidad será un libro bien construido, con una buena historia (al menos así parece) y que viene avalado por una editorial que escoge de forma precisa lo que publica. Quienes trabajan en Impedimenta cuidan hasta el mínimo detalle la edición de cualquiera de sus obras. En alguna ocasión puede que no les atraiga la temática, en otras puede que no les guste el autor, pero sin duda siempre sus obras suelen tener aroma a novela añeja, a buena escritura, a calidad literaria por delante de otras consideraciones. Una novela que “tiene buena pinta” con el choque cultural que se atreve a vislumbrar en sus primeras páginas,

Lo que cuenta el editor sobre el libro:

Su existencia, su supervivencia y su resistencia a un clima de una adversidad inimaginable son solo anécdotas de una de las más extraordinarias aventuras del ser humano del siglo xx.

A finales de los años setenta, un piloto ruso que sobrevolaba un tramo remoto de la taiga siberiana descubrió, en medio de una escarpada zona boscosa, una cabaña. Poco después, un grupo de científicos se lanzó en paracaídas sobre el terreno para advertir con estupor que en la primitiva choza de madera habitaba una familia, los Lykov, pertenecientes a la secta de los viejos creyentes, cuya vestimenta, noción de la vida y lenguaje se habían congelado en el siglo XVII, en tiempos del zar Pedro el Grande.

Para cuando Vasili Peskov, prestigioso periodista del Pravda, conoció esta historia, no habían contactado con nadie en casi cincuenta años, rezaban diez horas al día, no habían probado la sal y no podían siquiera concebir que el hombre hubiera pisado la Luna. El único miembro que quedaba tras la muerte de sus padres y de sus hermanos era Agafia, la hija más joven de la familia.

En Los viejos creyentes, Peskov narra la lucha épica de los Lykov contra una naturaleza salvaje e indomable, al tiempo que rinde homenaje a un hábitat natural que pronto podría dejar de existir.

Sobre el autor:

Vasili Mijáilovich Peskov nace en 1930 en Orlovo, región de Voronezh, muy cerca del sur de Ucrania.  En 1960, publicó su primer libro de ensayos, Notas de un fotógrafo, libro al que le siguieron los siguientes títulos: Steps on Dew (1963), obra que le granjeó el Premio Lenin de Literatura en 1964; White Dreams (1965); End of the World (1967); The Roads of America (1973); Birds on Wires (1982), y Los viejos creyentes (1994), ahora en Impedimenta, traducido del ruso.

A lo largo de su vida, fue galardonado con el Premio del presidente de la Federación Rusa y de manera póstuma, en 2013, con el Premio del Gobierno de la Federación de Rusia en el ámbito de los medios de comunicación. Terminó sus días la noche del 12 de agosto de 2013 a los ochenta y cuatro años, en Moscú, tras una larga enfermedad. A su muerte, deseó que sus cenizas se esparciesen por un campo cerca de su pueblo natal, al borde del bosque.

Traducción del ruso de Marta Sánchez-Nieves. Licenciada en Filología Eslava por la Universidad Complutense. Ha sido profesora de ruso en la Escuela Oficial de Idiomas de Zaragoza y en la de La Laguna y lleva quince años traduciendo literatura rusa al español. Algunos de los libros que ha traducido son Relatos de Sevastópol de Lev Tolstói, Mónechka de Marina Paléi, Refugio 3/9 de Anna Starobinets o Noches blancas de Fiódor Dostoievski, premio Esther Benítez 2016. Además ha participado en antologías de obras de Nikolái Gógol o Anna Ajmátova (Ediciones Nevsky), o en otras temáticas sobre duelos de honor y la Navidad (Alba Editorial).

Páginas: 264.

PVP: 20,50 €