Estos días de vacaciones institucionales, no vaya a ser que se cansen demasiado nuestros políticos, es muy gracioso observar las redes sociales y ver cómo algunas personas de derechas se dedican a calificar a los peperos de blandengues. No solo lo hacen en temas propiamente político-institucionales sino en cuestiones culturales, internacionales y demás. Son blandengues no como… no se sabe quién en España porque las acciones que ponen de manifiesto o son estupideces, o son infantilismos. Lo mejor cuando se atribuyen acciones políticas de políticos del exterior y culpan al PP de no hacer lo mismo.

Que Alberto Núñez Feijoo no es la cabeza más inteligente de la cesta pepera no es nuevo. Tampoco en el lado voxero es que la inteligencia sea un don extendido. No se engañen, ser capaz de memorizar un temario y sacarse una oposición no es demostrativo de inteligencia sino de otras capacidades que pueden ser valiosas en según que lugares. Esto hay que exponerlo porque rápido salen algunos a decir “es que es funcionario…”. Memorizar no es igual a inteligencia de otro tipo. Alguien puede memorizarse El Quijote pero si no lo entiende no sirve de nada. Sigamos. El presidente del PP no es el más inteligente y viene jugando la baza de la moderación. De ahí que les califiquen de blandengues.

La moderación puede ser una virtud, mucho más en tiempos de demagogia fácil, lágrima suelta, queja palpitante y tontería extendida en la clase política. Ser moderado en las formas siempre tendrá una gran apreciación entre el público en general. Decía John Entwistle, bajista de The Who, que él no se movía en el escenario —sus compañeros destrozaban guitarras, baterías, saltaban y lanzaban el micrófono— porque cualquiera se fijaría en el ala de un avión en el que estaba quieto y no haciendo aspavientos. Tiene su público la moderación en las formas. Ahí tienen a Pedro Sánchez que es muy moderado en las formas —aunque se le hincha el músculo facial bastante— y luego no va haciendo más que putadas —ha laminado toda democracia en el PSOE con moderación y un nutrido grupo dando palmas—.

Cabría esperar que se fuese moderado en las formas y radical en el fondo. Y ahí es donde se ve que flaquea también. Tampoco es cuestión de hacer el tolai tipo Santiago Abascal diciendo que quitarían las autonomías y prohibirían quince mil cosas sabiendo que no se cuenta con la mayoría suficiente y, mucho más importante, actuando en realidad como si el discurso no importase. Esto es, en las autonomías donde han pillado canonjía actúan como cualquier otro partido con prebendas, cargos para los amigotes y dineros para los colegas. La radicalidad en el fondo supone tener una visión de conjunto bien definida, sustentada ideológica y éticamente y defendida en toda circunstancia. Nada de eso existe en el PP. Tampoco en quienes les llaman balndengues.

Lo que existe, en todos, es mucho postureo. Por ejemplo, Isabel Díaz Ayuso ahora cancela algunos artículos de una ley transgenerista que no fue promulgada por el PSOE, ni Más Madrid, ni IU, ni Podemos sino por el PP. Ella misma la votó con alegría y convencimiento. De hecho el único que se negó a votarla fue David Pérez, el hoy concejal del Ayuntamiento de Madrid. Lo que ha hecho, al final quitar cuatro multas administrativas, no sirve para nada realmente pero, sabiendo que el movimiento feminista está en contra, hace un poco de postureo para ganarse a algún que otro conservador. “Estoy dando la batalla cultural” le ha faltado decir. Y no, eso no es dar ni batalla, ni cultura. Entre otras cosas porque no se va a lo profundo del tema. En esa profundidad Isabelita está de acuerdo al cien por cien. ¿No es liberal y capitalista? Pues eso.

Dentro del postureo se puede encontrar la cancelación de una obra de teatro donde unos señores salen en calzoncillos. Si fuese alguna vedette enseñando cacha peperos y voxeros hasta se hubiesen hecho fotos con la actriz. No saben ni de qué trataba la obra pero la cancelan porque… postureo. Hacen cosas por joder a los rojos. Y no porque eso que cancelan o ejecutan sea algo bueno o malo. Si jode a los rojos les vale. Babean pensándolo. Incluso alguno tiene erecciones después de años de petardazo tras petardazo. El bien común no saben ni lo que es. Lo suyo es molestar aunque no se hayan producido ataques de lobos a humanos en todo el siglo —en esto es tan sencillo decir que se están zampando vacas, ovejas y cabras—. Se busca molestar a los rojos antes que trabajar en favor de los ciudadanos. ¿Por qué? Porque son rojos y ellos azules. Un razonamiento infantil que, por cierto, tiene su contraparte en la izquierda, donde tampoco son los lápices más afilados.

Por desgracia vende más el postureo que los valores y el sentido común. Algunas personas más inteligentes hablan de la ventana de Overton para decir que PSOE y PP están realmente de acuerdo en el 99% de las cosas. Pues sí. Y el resto de los partidos encajan en un 98% no se engañen. Los que pegan de palos a un muñeco del presidente Sánchez no son más que personajes infantiles. Dándose la casualidad de que eso permite al damnificado hacerse la víctima, que es lo que le gusta y lo que apoya el signo de los tiempos dentro del espectáculo. No hay nadie en realidad fuera del sistema. Todos forman parte de una u otra cara de la misma moneda.

Eso de peperos blandengues tiene gracia como guerra de guerrillas pero la realidad es que blandengues son todos. Porque, en realidad, más allá del postureo, defienden lo mismo. Cuando Donald Trump llegó a la presidencia hablaron de antipolítica y la realidad es que hizo lo que han hecho todos, salvo montar guerras bélicas, porque las comerciales sí las llevó a cabo —cagándose en España Mariano Rajoy y Sánchez por igual—. No hay una alternativa al sistema. Por no haber no hay ni reformistas, que son los verdaderos revolucionarios según G. K. Chesterton. Postureo mucho. Ideas pocas. Blandengues demasiados.

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