Cuando leo o escucho a alguna persona que le gustaría ver cómo El País o la COPE deberían desaparecer, me entra un repelús. No porque valore las editoriales de esos grupos, ni por una preocupación por los empleos de los trabajadores de esos medios, no, es porque, ante la falta de sustitutos, se pierden opciones donde se puedan expresar las opiniones de la mayoría de las personas. Una multiplicidad sin voz es siempre malo para cualquier sociedad o sistema político (dentro de las dictaduras suele permitirse, incluso, algún tipo de discordancia cuando tienen intenciones de perdurar). Incluso en su actividad como aparatos ideológicos los medios de comunicación ofrecen algún tipo de intersticio por el que colar la verdad.

Por eso ver como se cierra, de manera temporal, La Sacristía de la Vendée me parece una mala señal. Al final el chiste sobre el rezo para que acuda al cielo el papa Francisco no deja de ser eso, un chiste. El problema es que estos curas han ido molestando a muchas personas, especialmente, en la curia española. En cuanto han cometido un error, por nimio que sea, les han dado el estacazo. Dando a entender que hasta les podrían quitar la posibilidad de ser curas (aunque alguno esté de penitencia por esos mundos, según las malas lenguas). Lo de hacerse los mártires tampoco es algo que les convenga, pues han estado juzgando a grupos y personas todo lo que les ha dado la gana y ahí no se les venía apenados. Si hubiesen podido habrían dado golpes con la cruz, como hacían Bud Spencer y Terence Hill en Los misioneros.

La carencia de un espacio donde los curas integristas, preconciliares puedan expresarse es un mal para la Iglesia. Lo primero porque con hacer justo lo contrario de casi todo lo que dicen se estaría en la buena senda. No hay nada como tener enfrente el mal ejemplo para saber cómo no caer en él. Salvo en el caso de la política, donde el mal ejemplo se extiende como la peste. Segundo, porque es fácil entender que defiendan a Franco como salvador de los católicos (se masacró a miles de ellos en la Guerra Civil), pero no se entiende que como cristianos no se asqueen de la muerte de otros miles de cristianos que opinaban distinto. Esa doble vara de medir maniquea se va a perder. Tercero, nos van a dejar sin saber ante qué son contrarrevolucionarios. Ya, la ideología de género, los homosexuales, el aborto y demás mantras. Si solo es eso van tarde unas cuantas décadas, ahora lo que se trata no es de atacar sino de reconquistar (pongo este verbo ya que pondrá cachondo a más de uno). Si en vez de sororizar con Marcial Lefebvre leyesen a Louis Althusser lo entenderían.

Tampoco nos van a contar cómo van a lograr hacer de la cristiandad «un régimen político, unitario, tradicional e hispánico». Que decirlo, así, sin explicar queda muy cuqui, pero hay que explicarlo. Y van a tener que explicarlo muy bien porque ni Juan Pablo II, ni Benedicto XVI (los popes a los que citan con frecuencia) querían que la Iglesia se implicase directamente en la política. Creo recordar en una entrevista a Luigi Giussani (que no es un relativista precisamente) decir que si había católicos en política, mejor que mejor, pero que la Democracia Cristiana como partido ya no tenía sentido. Es lógico que los obispos hagan política en cierto sentido, va en el cargo, como hacen muchísimos curas de pueblo. Casi siempre para rascar algo con lo que renovar la iglesia o conseguir llevar a cabo alguna obra de caridad.

¿Qué les importa, por ejemplo, a los curas de la Vendée que España sea unitaria o no? Dios siempre preferirá una división de naciones si son cristianas todas ellas a una unidad de herejes. No es una cuestión, como suelen decir, cristiana y mucho menos católica. Decía G. K. Chesterton que se había unido a la Iglesia católica porque era la única capaz de seguir avanzando y que lo revolucionario era lo reformista. Transmitir el fuego pero no quedarse con la lámpara de aceite esenia es lo tradicional, sin embargo, estos curas se quedan con la lámpara y desprecian el fuego. Porque está más pendientes de los símbolos que de la esencia. El símbolo se ha de mantener mientras siga siendo portador del mensaje esencial, cuando pierde ese poder hay que buscar nuevos símbolos. La coexistencia de la misa en latín y en lengua vernácula no es malo, pero insistir en una como elemento simbólico igual es que no han entendido el por qué de los padres conciliares.

Nos quedamos sin saber qué régimen político sería ese aunque se puede sospechar, pero hubiese sido mejor que lo explicasen para saber a qué jugamos los católicos. Ahí no podrían citar a Benedicto XVI, ni a Juan Pablo II, ni a Pablo VI, ni a Juan XXIII… Porque todos rechazaban ese tipo de regímenes. Sí de esos en los que se suele parar a taxis. No les gusta la democracia, ¡que se le va a hacer! El jesuita Gonzalo Villagrán publicó no hace mucho un pequeño libro sobre la Teología pública (PPC) donde exponía una metodología para la participación de los católicos en el debate público. Se quedaba un tanto en la esfera meramente ética, pero ayuda a entender que La Sacristía cumplía en cierto sentido esa ocupación del debate público.

Que hay personas nacionalcatólicas o con tendencias yunquistas en el catolicismo español es obvio. Si aceptasen el debate abierto sería mejor. Y mucho más si diesen de verdad Testimonio, que es lo que deberían hacer si quieren ser «curas buenos». Si por algo luchó Benedicto XVI durante su tiempo en este mundo fue para que las ideologías seculares no penetrasen en el seno de la doctrina. Evidentemente, nunca negó que algunas cuestiones de las ideologías podían servir, mediante la razón, a mejorar el conocimiento de la Verdad, pero no vincular la doctrina a una perspectiva ideológica y/o política.

Una pena que se hayan acobardado, que no hayan querido testimoniar si es que en verdad creían en lo que estaban haciendo. Pero eso de utilizar a Benedicto XVI cuando conviene pero olvidarse del resto de su pastoral teórica huele a fariseísmo. El padre Juan Manuel Góngora ha recurrido a un conocidísimo texto de Introducción al cristianismo (Sígueme) donde el entonces padre Ratzinger afirmaba que el futuro del cristianismo eran comunidades pequeñas desde donde hacer resurgir, con pureza, la Verdad. Algo a lo que también recurrió Alasdair McIntyre al final de Tras la virtud y que ha sido utilizado por Rob Dreher en su La opción benedictina (Ediciones Encuentro). El viejo pontífice alemán sin duda hubiese entendido a estos curas de la Vendée, tan grande era su corazón, pero no les hubiese dado la razón.

Cuando menos la razón en todo porque en algo sí tienen razón y es por ello que deberían persistir. Ante la dictadura del relativismo de la modernidad tardía no queda otra que rebelarse. Ante la cancelación de las verdades, lucha. Otra cuestión es que evangélica y teológicamente se hayan quedado un poco anticuados. Se queja, con cierta razón, el padre Gabriel Calvo Zarrauste de que la Iglesia se ha protestantizado un tanto, pero acaso ¿no tienen los protestantes algún tipo de razón más cercana a la Verdad? Juan Pablo II aprendió mucho del diálogo con los “hermanos separados”, Giussani fue un gran estudioso del tema y como dice Ratzinger en La fraternidad de los cristianos (Sígueme) no dejan de ser “hermanos de fe”. No de comunidad, pero sí de fe. Por ende alguna cosa buena se puede descubrir, y de hecho se descubre, en personas como Karl Barth o John Milbank.

La Sacristía de la Vendée, empero, ha descubierto en los evangélicos lo malo. No habrá reino de Dios en la Tierra, ese reino no es de este mundo. Por ello toca pelear para abrir los ojos dando testimonio (lean a Javier Prades) y peleando en el foro público. No intentar utilizar el poder político para imponer el catolicismo. Eso es pasar de una doctrina y una fe a una ideología secular. Y ya sabemos qué sucede cuando se generan teocracias o se pretenden crear, como en el mal islamismo. No son el katejón, ni nada por el estilo. La Iglesia es plural y por ello sus superiores no tendrían que haberles presionado, pero tampoco son ellos nadie para juzgar a vivos y muertos. Eso le queda a Otro. También estaría bien apreciar un poco misericordia, caridad y pastoral, que parece que ser un influenciador se les ha subido a la cabeza.

A más ver. Y como penitencia a verse diez horas de discursos de Francisco I.

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